Este relato bordea los linderos del realismo mágico de un  García Márquez en una Colombia desgarrada.

El autor  colombiano Jorge Franco ha titulado su última novela  Melodrama. Y el título le calza.  Carlos Monsiváis define al melodrama como “la más convincente explicación despolitizada del universo: todos hemos nacido para el dolor; quizás, en la apariencia, los ricos se duelen menos, pero por dentro están solos y destrozados (…) El sentimiento melodramático es también solicitud de ingreso a la nación (quiero sufrir para pertenecer) donde, como corresponde, el abismo ético es elemental: o la luz o las tinieblas, no hay matices o gradaciones y las relaciones personales son vistas a la luz del clímax teatral. Los buenos y los malos tienen que serlo estentóreamente (…) teniendo como límites precisos y monstruosos el cielo y el infierno, el limbo y el purgatorio”.

Este Melodrama de Franco –autor al que apenas conocemos en nuestro país– es el largo monólogo, la prolongada agonía  de un chulo de Medellín en París, que es al mismo tiempo quien relata y quien es relatado en la novela, presente y ausente, imaginado por quienes se deslumbran ante su belleza física e imaginando él, a su vez, cuanto ocurre por su causa. Un relato que bordea los linderos del realismo mágico de un García Márquez en una Colombia desgarrada en tiempos de Pablo Escobar –y allí la nota política que parecería  ausente del melodrama corriente– y de la telenovela y el cliché en torno a un mundo que, con ser urbano, conserva el sentido fatal y mágico de los universos rurales latinoamericanos. Y a lomo de los dos géneros, una novela intrincada, compleja en su estructura y en el manejo simultáneo de los tiempos y los lugares, en busca de una realidad única: la dolorosa y al mismo tiempo poderosa confrontación de un sueño tercermundista. Porque, siguiendo las definiciones de Monsiváis, “en el melodrama se conjugan impotencias y aspiraciones heroicas de una colectividad sin salidas públicas.”

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El autor hace gala de un manejo preciso del relato, para entregarnos sus claves sin urgencias, como si la historia se fuera construyendo en el fondo de la escritura y dejara subir a la superficie, sirviéndose de la intriga, la dimensión trágica de cada personaje. Todo lo cual contribuye a hacer de Melodrama un texto crítico y de apasionante lectura.

Si bien el drama de aquel Vidal que asume con frialdad la muerte que lleva adentro es el eje del relato, se articulan simultáneamente otros destinos, otros relatos y un trasfondo: Colombia, donde se origina la historia y que brota de vez en cuando en las páginas, como una lejana y próxima causalidad de todo:

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“Cuando llegó a Puerto Berrío solo encontró los escombros de lo que alguna vez fue un pueblo lleno de riqueza y de gracia (…) el eslabón que faltaba para rescatar a Medellín del olvido (…) Ella llegó con la idea de un puerto exuberante al que arrimaban lanchones de tres pisos llenos de ganado, donde se negociaba oro en cada esquina. Por allí entraba el comercio de Europa y Estados Unidos: telas, vajillas, herramientas, máquinas para la industria que nacía,  guantes y paraguas de seda, perfumes, lentes para leer, espejos, muñecas, cianuro para la minería y para los deprimidos. A Puerto Berrío llegaba todo el que pensara en fortuna: los circos, los boxeadores, los políticos a inscribir sus candidaturas presidenciales. (…) De todo lo que fue Puerto Berrío, Perla solo encontró la fiebre amarilla, polvo, mosquitos y uno que otro vestigio de los días de gloria, pero ya enmohecido y desvencijado.”

“Corría rápido y nervioso marzo del 48, como un asesino urgido que anda buscando a quién matar. Y aunque Colombia siempre ha olido a muerte, en esos días nadie podía predecir que el olor iba a apestar y que no tendríamos cal ni tierra para aplacar el hedor de tantos muertos.”

“Yo también me le escapé al ogro (¿Franco se refiere a la mafia acaso?), si no hubiera salido tal vez habría muerto. Yo también vi llover bombas, a quién se le ocurre bombardear un país para salvarlo.”

“Anabel apareció con el radiecito pegado a la oreja, dijo fue un carro bomba (…) anunció hay decenas de heridos. Mireya insistió vos no entendés lo que dicen, pasame el radio... Mireya dijo: en muchas casas están cruzando cinta pegante en los vidrios para que se rompan hacia fuera. Perla dijo eso fue El Que Sabemos”.

“Aquel 2 de diciembre que partió la historia de Colombia en dos, quedó marcado en nuestra memoria con las imágenes que vimos en la televisión y que tanto nos costó creer (…) y en nuestro amodorramiento solo vimos a un hombre gordo que yacía tendido y sangrando sobre un tejado. La  mudita me explicó con sus manos locuaces que habían matado a El Que Sabemos.”

Mientras tanto, en París, Vidal prolonga su agonía con una muerte que se originó en su maldito sexo; mientras, su madre Perla y la criada Anabel, en un encierro delirante, ilustran dos de los mayores dramas de nuestros países, marcados por el éxodo y por la hibridación: la criada, que llegó a la casa grande de la mano del patrón, hija de una relación puertas afuera, y la patrona, odiándose y amándose, las dos extraviadas en la “ciudad luz”, abrazándose como dos iguales y despreciándose como diferentes. Franco   nació en Medellín en 1964 y es autor también de Rosario Tijeras.