El llamado “Evangelio de Judas”, que ha levantado tanto revuelo estos días al ser presentado como descubrimiento “explosivo” de “autenticidad demostrada”, es en realidad un texto que no aporta mucha novedad a la investigación histórica. En primer lugar porque ya ha sido anteriormente estudiado (en 1719 por J.A. Fabricius, en 1924 por E. Hennecke y en 1969 por F.A. Brunklaus), además de haber sido conocido desde la antigüedad por los obispos Ireneo de Lyon (s. II), Epifanio de Salamina (s. IV) y Teodoreto de Ciro (s. V). No es, pues, ningún “descubrimiento”.
En segundo lugar porque –como todos estos autores lo sabían– no es de ninguna manera un escrito de Judas Iscariote (cuya muerte el día de la crucifixión de Jesús es aceptada incluso por los antiguos enemigos del cristianismo, como Celso), sino un texto del siglo II perteneciente a la secta gnóstica de los “cainitas”, grupo de moral laxa separado de los “ofitas” e inspirado en el gnóstico Valentino. Pertenece, pues, al tipo de obras gnósticas descubiertas en 1945 en Nag-Hammadi, Egipto (es por ello que, a pesar de no aclarar esto, la National Geographic no puede dejar de llamarla “actualización desde los últimos 60 años”). Esta secta, en todo caso (que no contó nunca con gran número de partidarios, tomó su nombre de Caín, el hermano asesino de Abel, porque tributaban culto a todos los personajes reprobados por el “Dios de los judíos”, de los cuales Caín había sido el primero. De aquí su veneración también por Judas Iscariote, otro individuo de triste recuerdo para la historia sagrada. Eran, pues, un poco cínicos.
La visión gnóstica del mundo, por lo demás, era totalmente distinta a la judeo-cristiana (por lo cual es incluso un anacronismo atribuírsela al ultranacionalista judío que fue Judas), e inclusive la idea de que el hombre es puro espíritu, que es lo mismo que encontramos en el famoso texto publicado. Es por ello que San Ireneo (que dicho sea de paso no fue “el primer obispo de Lyon”, como dice equivocadamente la agencia de prensa, sino su antecesor Fotino) rechaza este escrito en su obra antignóstica Adversus hæreses: no es más que “una ficción de estilo”, comenta. Por lo tanto, para lo único que puede servir este papiro es para saber cómo pensaban ciertos gnósticos egipcios de los siglos II y III. Para nada más. Pero esto es de sobra conocido desde hace años.
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Eduardo Castillo Pino
Guayaquil