La oración y los cánticos de adoración a Jesús alteraron la actividad en la calle Salinas, en el oeste de Guayaquil.
La mañana de ayer, por unas horas, dejó de ser un lugar de música estridente, trago y prostitución, para convertirse en sitio de plegaria para moradores y visitantes.
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Las Hermanas Adoratrices organizaron un vía crucis que sorprendió a muchos.
Vía crucis en la calle Salinas
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Las Hermanas Adoratrices organizaron el acto que tuvo acogida entre trabajadoras sexuales.
La oportunidad de orar por la indulgencia de sus pecados o la necesidad de tener un momento de reflexión, las motivó ayer a participar en el vía crucis que las Hermanas Adoratrices organizan todos los años, en Semana Santa, a lo largo de la calle Salinas.
La oración y los cánticos de adoración a Jesús alteraron la actividad tradicional en esta concurrida calle, que la mañana de ayer, aunque sea por unas horas, dejó de ser un lugar de música estridente, cerveza y “comercialización de placer”, para convertirse en plegaria y fe para sus moradores y visitantes.
Las organizadoras de la actividad fueron cuatro hermanas adoratrices, quienes trabajan con las mujeres del sector desde 1991. La hermana Carmen comenta que su grupo les ofrece cursos de pastelería, panadería, costura, belleza, computación, alfabetización, entre otros, a fin de que puedan cambiar de trabajo y tengan cómo enfrentarse a la vida lejos de las calles.
Los rostros de los hombres que se encontraban en el sitio lucían un poco extrañados, no sabían lo que sucedía y no estaban preparados para este recibimiento inusual. La mayoría de ellos permanecieron como espectadores, algunos se acercaron por curiosidad y otros –muy pocos– con la esperanza de expiar sus culpas.
Fue el padre Geovanny Pazmiño, párroco de la iglesia Santo Domingo, quien hizo el llamado inicial para que todos se acerquen al grupo de misioneros congregados en las calles Salinas y Brasil.
Así comenzó el vía crucis, que para muchas trabajadoras sexuales tiene un importante significado. A más de ser una ambientación de las últimas horas de la vida de Jesús, de su dolor y entrega, es para ellas el recordatorio de su sufrimiento y del vacío en sus vidas.
Los locales lucieron distintos, quince fueron invadidos por altares que simbolizaron las catorce estaciones de la pasión y muerte de Cristo, más el de la resurrección.
El contraste era evidente. Mientras a la entrada de uno de los bares un cartel animaba a los clientes a ingresar para conseguir un buen descuento en la compra de cervezas, a pocos metros un pequeño altar con una vela y un cuadro de Cristo cargando la cruz esperaba la llegada de los devotos católicos.
A un costado del salón Normita se ubicó el primer altar. El padre Pazmiño recordó el pasaje bíblico en el que Jesús es juzgado por la multitud y es condenado a morir en la cruz.
Así fueron transcurriendo los minutos y las horas en la calle Salinas, donde más personas se unían al recorrido. En cada estación, nuevas manos de mujeres que por diversas razones tomaron esa opción en sus vidas trasladaban y sostenían la imagen de Cristo.
La jornada se inició de una manera diferente y culminó con un sentimiento generalizado de paz, pero la vida debía continuar y su realidad las llamaba a trabajar.
Nosotros trabajamos en 17 países a favor de la mujer marginada y maltratada, les dictamos talleres y cursos para que tengan otro tipo de trabajos. En Cuenca fueron rehabilitadas cerca de cien mujeres.
Hermana Carmen,
Hermanas Adoratrices
Participo en el vía crucis desde hace cinco años. Lo que más me gusta es que viene todo el mundo y se sienten seguros orando en este lugar. Me siento más tranquila escuchando la palabra de Dios.
Anónimo,
residente del sector