Mañana se presentarán en Quito las Obras (in) completas de Jorge Enrique Adoum. Son seis volúmenes que recogen poesía, narrativa, teatro, periodismo y testimonios.
La casa de la Cultura acaba de publicar las Obras (in) completas de Jorge Enrique Adoum, que se presentarán mañana, a las 19h00, en la sala Demetrio Aguilera Malta. En su departamento, ubicado en el séptimo piso de un edificio situado en el centro-norte de Quito, un Jorge Enrique Adoum acosado por sus dolencias físicas aparece bastante delgado y achacoso pero, al mismo tiempo, con su lucidez habitual y su ánimo incólume.
Publicidad
Pregunta: Son seis volúmenes, Jorge Enrique. ¿Y, a pesar de eso, su obra está incompleta?
Respuesta: Bueno, los amigos más generosos atribuyen el título al hecho de que todavía voy a escribir otras obras, que van a quedar forzosamente fuera. Estas son incompletas porque hay textos que, a pesar de estar publicados, no quise que estuvieran en esta recolección ya porque tuvieron un interés pasajero o porque eran antologías.
P: Hay poesía, teatro, novela, relato, periodismo, testimonio...
R: Cuando salió De cerca y de memoria, me pareció bien terminar con este libro una carrera de más de 60 años de escritor. Creo que todos los que tenemos ya algunos años adentro vemos, casi como una obligación, dejar para los más jóvenes un testimonio de la gente a la que conocimos, de lo que vivimos, de lo que fuimos aprendiendo. Y también pienso que esta edición marca un final hermoso, interesante, asombroso de 60 años de escritura, unas 5.000 páginas que reflejan lo que uno ha trabajado.
Publicidad
P: Usted habla de terminar una carrera. ¿Por qué?
R: En junio cumpliré 80 años. Siempre la muerte me había interesado y sobrecogido, pero esa muerte era ajena. Ahora comienzo a creer en que la mía se acerca y así es necesario pensarse y asumirse.
P: Quieto como está ahora, ¿no escribe?
R: No he concebido nada de largo aliento. Ese puede ser un síntoma. Cortázar decía que después de Rayuela quedó despalabrado. Yo puedo decir que después de publicar De cerca y de memoria quedé un poco desideado.
P: ¿Pero lee?
R: En julio del año pasado, como jurado del Premio Rómulo Gallegos, tuve que leer más de 200 novelas en tres meses. Cuando estábamos en Caracas les dije a los otros miembros del jurado que ahora mi mayor ilusión era leer lo que quería. Y en eso estoy.
P: ¿Cómo es ahora su vida?
R: Cada vez salgo menos. Tengo aquí todo lo que necesito, estoy rodeado de música, pintura, literatura. Me da un placer inmenso cuando viene a verme algún amigo. Tengo problemas para caminar, debilidad en las piernas, indecisión después de una caída. Eso me limita.
P: ¿Mantiene correspondencia con sus amigos escritores?
R: Muy poca porque, de amante que fue, la computadora se convirtió casi en enemiga: pasaron muchos meses en que no entraban los e-mail o no se iban. Ahora he retomado contacto con algunos poetas y eso me da un placer inmenso. El problema está en que para mí el correo electrónico está más cerca del telegrama que de la carta.
P: A propósito de cartas, ¿por qué su correspondencia no está publicada?
R: Las cartas tienen un destinatario individual. Son pocas sobre temas literarios o de cultura. Y entonces cuando las publican generalmente los autores están muertos y me parecía que eso era como mirar por el ojo de la cerradura, porque cuando ellos escribieron sus cartas no estaban destinadas a la publicación. Además, no conservo muchas: se me han ido perdiendo en el camino con tantos viajes que he hecho.
P: ¿Está contento con sus obras (in)completas?
R: Me parece una linda edición, muy cuidada. Cuando venía de Caracas después de ser jurado en el Rómulo Gallegos, le dije en el avión a Nicole (su esposa) que me sentía feliz de estar desocupado. Pero llegué y me encontré con las 5.000 páginas de las pruebas de imprenta. Entonces, el hecho mismo de escribir ya me gustó menos que antes.
P: ¿Es muy minucioso en la tarea de corrección?
R: Soy casi obsesivo. No solo en la corrección formal, sino en la gramatical.
P: Alejado como está ahora, ¿cuál es su mirada del país?
R: Si no creyera en el país, no tuviera una razón para seguir viviendo. Yo tengo un pesimismo (alguien dijo un pesimismo constructivo) que se ha ido agravando por la realidad. A los 16 años creíamos en muchas cosas, teníamos esperanzas y el futuro estaba a la vuelta de la esquina. Claro, el primer signo de vejez es decir cuando yo tenía 16 años hacía esto y esto y esto... Pero me reconcilié con la juventud el 20 de abril del año pasado, al ver cómo los jóvenes, sin un programa, sin un dirigente, fueron capaces de hacer un movimiento como el que hicieron. Eso me devolvió la esperanza y la confianza.
P: ¿Cree que su obra, de alguna manera, ha contribuido a generar algún cambio?
R: No sé. A nivel de lenguaje, por ejemplo, he inventado palabras, pero nunca por capricho sino por un juego de ideas. Recuerdo que alguna vez tomé un autobús y detrás de mí había una pareja de jóvenes que seguramente hablaban de amor. Él le decía “es que sintigo, no”. Y eso me gustó mucho, comprobé que hacía falta esa palabra. Recibí una carta desde un lugar perdido de Cuba en que una chica decía que había leído dos veces mis memorias y que emprendería una tercera. Yo digo que si una sola persona se siente representada, expresada, si uno “le ha dado diciendo” cosas, han valido la pena el esfuerzo y el sacrificio de escribir.
P: ¿Cómo se relaciona usted con sus lectores?
R: El escritor es el único artista que no tiene a su público cerca. El actor, el cantante, el pintor, el músico, lo tienen allí reunido. Entonces, cada vez que me llega un testimonio de un lector es para mí una fiesta, me da la sensación de que no he sufrido en vano. Y sí: la vida ha sido generosa conmigo. Estoy satisfecho. Es como si hubiera terminado una tarea.