El canadiense David Cronenberg hurga en la sociedad estadounidense con Una historia de violencia, un filme brillante y extremo que narra cómo un hombre no puede escapar de un oscuro pasado, marcado por la muerte, la sangre y los asesinatos.
Y ya que en el cine se tiende a idealizar el llamado sueño americano, Cronenberg –cineasta reflexivo y de culto– ha optado aquí por convertir ese sueño en una pesadilla específicamente americana, porque “la violencia es universal”.
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Desgraciadamente, está “en nuestro código genético”, como insiste siempre el realizador, quien ve esta entrega más como el típico western americano, donde un hombre empuña su arma solo para salvar a su familia. De este modo Cronenberg recurre a su habitual maestría para fraguar este sólido y abrumante diagnóstico sobre la violencia inherente al ser humano.
La historia trata efectivamente de esto y de cómo alguien es, o no, capaz de escapar de sus fantasmas y crear una nueva identidad. Por ello, intencionadamente, ha mezclado el humor negro con el lado humano más tenebroso para dotar de realismo a sus personajes.
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Inspirado libremente en el cómic de John Wagner y Vince Locke, Cronenberg nos sitúa en la plácida existencia, en un pequeño pueblo de Indiana, de una familia modélica. La irrupción de dos atracadores salvajes en el restaurante que regenta el padre (Viggo Mortensen) provoca que este hombre pacífico se defienda y los fulmine de forma expeditiva. Esta acción convierte al personaje en un héroe local entronizado por los medios de comunicación del país.
La fama que alcanzará este ciudadano que era anónimo y ejemplar hará que se presente gente inquietante (con los rostros de Ed Harris y William Hurt) asegurándole que es un farsante, que su pasado es turbulento y asesino, y exigiendo ajustar viejas cuentas.
Los espectadores nos sentiremos tan estupefactos ante esas revelaciones brutales como su propia familia. A partir de ahí, empieza su desintegración, una pesadilla trágica, la violencia como inevitable forma de supervivencia, la certidumbre de que las segundas oportunidades son frágiles y engañosas, la desconfianza y el terror entre personas que creían conocerse íntimamente, el protagonismo de las sombras, el derrumbe de una nueva y positiva vida que se había construido con fe y esfuerzo.
Así, a pesar de que Una historia de violencia, a primera vista, no mantiene una continuidad estilística y temática con los anteriores filmes de Cronenberg, en realidad vuelve a indagar en las obsesiones temáticas que han venido vertebrando su obra.
En concreto, el juego de la dualidad y de la ambivalencia, la inmersión en el lado oscuro y extremo del ser humano, la herencia genética y las conductas perversas –algunas de sus obsesiones–, a las que el cineasta ha recurrido en Spider, Inseparables, La mosca e incluso Scanners, y que aquí se manifiesta entre Tom Stall (Mortensen) y su otro yo del pasado, Joey Cusack.
De hecho, los personajes de estas películas siempre son seres esquizofrénicos, que crean una doble identidad, y que funcionan en armonía gracias a su retorcido estilo expresivo, que a veces raya en lo grotesco.
Una historia de violencia se beneficia de unos personajes perfectamente construidos, ricos en conflictos y matices, y sometidos a una progresiva evolución, pero, sobre todo, de un guión donde cada silencio y cada gesto están llenos de contenido.
Aquí, a la final, las cosas se arreglan a tiros o a puñetazos. Los monstruos sí existen, están siempre dentro del armario y, cuando se apaga la luz y menos te lo esperas, surgen de la oscuridad.
En definitiva, Cronenberg ha logrado un relato tenso y admirable, sobrio y conmovedor, sin necesidad de recurrir al artificio y las truculencias tan habituales en su cine. Es la película que menos se parece a él y, probablemente, la mejor que ha hecho hasta ahora.
UNA HISTORIA DE VIOLENCIA
Dirección: David Cronenberg.
País: EE.UU. y Canadá, 2005.
Protagonistas: Viggo Mortensen, María Bello, Ed Harris y William Hurt.
Duración: 96 minutos.
Género: Thriller y drama.
Cine: Hoy en Supercines San Marino, Festival del Oscar.