Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del escritor lojano, autor de obras como Un hombre muerto a puntapiés.
El ecritor lojano Pablo Palacio representa para su país lo mismo que el argentino Jorge Luis Borges para el suyo, señala el crítico y catedrático universitario ecuatoriano residente en los Estados Unidos, Wilfrido Corral, en la edición crítica de las Obras completas de Palacio, que publicó en el año 2000, en la cual colaboran estudiosos de varios países.
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Manifiesta Corral que a pesar de las más de treinta biografías que existen sobre Borges, todavía no se sabe cuál es la génesis de él, “y ese hecho tal vez sea lo que más lo asemeja al ecuatoriano”.
Si bien Palacio es uno de los autores de los que más se habla en el Ecuador actualmente, por las características renovadoras que le imprimió a su literatura escrita en la década del veinte y principios del treinta, Corral indica que “estamos ante un autor sobre cuya narrativa no tenemos conclusiones contundentes; y eso es bueno, porque nos revela que hay mucho que investigar y analizar en torno a él”.
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La producción literaria del autor lojano nacido el 25 de enero de 1906 y fallecido el 7 de enero de 1947 en Guayaquil, a los 41 años, no es extensa, pero sí lo suficientemente contundente para que se lo considere un renovador o un adelantado. Utilizó fórmulas narrativas que tomarían cuerpo en la literatura nacional años más tarde.
La española María del Carmen Fernández, autora del libro El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los 30, editado en 1991, indica que los personajes de la literatura palaciana eran los tradicionalmente repudiados por la sociedad: el pederasta, el antropófago, la bruja, el sifilítico, quienes “aparecían en el mismo plano narrativo que un historiador, un sociólogo o los profesores y estudiantes universitarios, reducidos, estos últimos, al ridículo”. Su narrativa era desconcertante y de desenlaces ilógicos; fragmentada, reveladora de cierta angustia existencial.
Palacio, abogado de profesión, título que obtuvo en Quito, donde se radicó, y político, padeció de sífilis y demencia en el tramo final de su existencia, hecho este último que algunos asocian con sus vivencias traumáticas de infancia. Una vez cayó al río y sufrió múltiples heridas al ser arrastrado por la fuerza del agua. Su madre murió cuando él aún era pequeño. Se cuenta que no supo del fallecimiento hasta cuando vio pasar un cortejo fúnebre y preguntó que de quién se trataba. Significó un profundo golpe para él escuchar que era su progenitora.
Una vez huérfano de madre quedó al cuidado de su tío materno, pues su padre no lo había reconocido y cuando años más tarde quiso hacerlo, se dice que el escritor, quien ya gozaba de cierto prestigio profesional, no se lo permitió. Estuvo casado con la escultora lojana Carmita Palacios.
Su actividad literaria la comenzó muy joven, cuando aún vivía en Loja. Algunas de las obras más conocidas del escritor y que dan cuenta de su calidad literaria son Un hombre muerto a puntapiés, Antropófago, Débora y Vida del ahorcado, entre otras. Con esta última, a decir de María del Carmen Fernández, se convirtió en el escritor ecuatoriano que mejor expresó las contradicciones pequeño-burguesas.
No obstante ser acogido por los círculos intelectuales de la época y por creadores de vanguardia al igual que él, el trabajo de Palacio no contó con la difusión que sí tuvieron obras literarias que se preocupaban de las reivindicaciones sociales. Palacio fue un intelectual de izquierda, sin embargo no comprometió su literatura con la izquierda.
La catedrática ecuatoriana radicada en México Yanna Hadatty Mora recuerda que Palacio escribió entre 1926 y 1932, y que antes de 1930 no estaba todavía en auge el realismo social. Dice que el mayor promotor de la literatura ecuatoriana para 1930, Benjamín Carrión, tenía la mejor opinión de Palacio. Comentó su trabajo desde Madrid ese año en Mapa de América.
Indica Hadatty que entrada la década del treinta, se encumbra el realismo social en el Ecuador y Latinoamérica y al parecer no queda espacio para un autor vanguardista que narrara. Su reivindicación se da a partir del setenta. Dice la catedrática que a Palacio y a todos los escritores ecuatorianos les hace falta lectores. Indica que en épocas recientes se puso de moda citarlo quizá más que leerlo. Pero añade que en el extranjero el autor sigue siendo una novedad aun en las cátedras especializadas.
Corral dice que la pregunta que debe ocuparnos ahora es qué debe significar la literatura de Palacio para la literatura hispanoamericana y occidental. Refiere que un ecuatoriano, Fernando Nina, ha comenzado a analizar, para su tesis doctoral en Alemania, la viabilidad de ver la obra de Palacio como la primera ecuatoriana y latinoamericana con ambiciones y postulados filosóficos.