El año 2005 pasará a la historia como el año de los dos papas, tras la lenta y dramática desaparición en abril del carismático Juan Pablo II y la entronización diecisiete días después del sobrio y refinado intelectual alemán Benedicto XVI, de 78 años.
La larga y dolorosa enfermedad del primer papa polaco de la historia fue seguida paso a paso por millones de personas del mundo a través de todos los medios de comunicación existentes, que hicieron alarde de sus mejores capacidades técnicas para cubrir “el evento del siglo”.
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El multitudinario funeral de Juan Pablo II el 8 de abril, seis días después de su muerte el 2 de abril, al que asistieron presidentes, reyes y personalidades del planeta, atravesado misteriosamente por un viento frío cinematográfico que arrasó sotanas, biblias y mitras, cerró una era para el catolicismo que se sintió huérfano al perder su extravertido y talentoso guía por 26 años.
El vacío dejado por esa figura única, con una historia personal ejemplar y casi novelesca –huérfano desde la infancia, obrero, actor, poeta, antinazi–, “no ha podido ser llenado” –según algunos observadores–, por su sucesor, teólogo, servidor por 21 años de Juan Pablo II, quien fue escogido por los cardenales en el curso de un cónclave corto.
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La elección del cardenal conservador Joseph Ratzinger, quien entró favorito y salió Papa a la cuarta votación el 19 de abril, no sorprendió a los expertos y observadores de los asuntos vaticanos, los cuales están divididos para dar un juicio de sus primeros ocho meses de pontificado.
“Este no es un papa de transición, como se creía, sino de consolidación”, comentó Julio Algañaraz, corresponsal del diario argentino Clarín, quien acompañó a Juan Pablo II en buena parte de sus más de cien viajes al exterior.
“El nuevo Papa está concentrado en Europa, en recuperar al viejo continente, en la Curia Romana, en combatir la dictadura del relativismo, temas que no tienen nada que ver con América Latina, donde la prioridad es la pobreza”, comentó el periodista.