“Oscuros tiempos nos esperan en los que tendremos que elegir entre lo correcto y lo fácil”, le confía a Harry Potter (un Daniel Radcliffe más crecidito) el rector del colegio Hogwarts, y a la vista de esta cuarta entrega, tiene razón. Después de un par de películas, las primeras, pensadas para la audiencia más pequeña, ya la tercera peripecia del niño mago más famoso del mundo, Harry Potter y el prisionero de Azkabán, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, comenzó a mostrar un cambio de formas que saludamos como el ingreso de Potter y sus amigos en la edad conflictiva, la de la adolescencia.
Este nuevo Harry Potter tiene el honor de haber sido censurada para menores de 12 años sin compañía de sus padres, a diferencia de las tres entregas anteriores. Es comprensible porque aumenta el tono oscuro y tenebroso, se acrecientan las apariciones aterrorizantes, las criaturas fantásticas poco amables...
Y vuelve, por cierto, el siempre esperado Lord Voldemort, un desnarigado Ralph Fiennes. No es que estemos ante una película de terror, pero sí de lo que los anglosajones denominan con acierto Dark Fantasy o Fantasía Oscura.
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Así, esta nueva hazaña nos llega de la mano del competente realizador británico Mike Newell, quien continúa satisfactoriamente con el progresivo ensombrecimiento iniciado por Cuarón; los mortífagos, esos terribles servidores del Mal, resultan tan siniestros como aquellos servidores del Bien del capítulo anterior, mejorando la situación estética y argumental.
Se mantienen en El cáliz de fuego las constantes ya apuntadas en las entregas anteriores. Por una parte, el combate incesante entre los aspirantes a magos y el lado oscuro. Por otro, Potter sigue en posesión de esa pesada herencia dejada por sus asesinados padres y que hace de él un ser aparte, tanto que se le permite también el torneo en el que deberán forjar su personalidad los personajes principales, que vuelven a ser los mismos: Emma Watson (Hermione) y Ruper Grint (Ron).
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Por lo demás, recorre este episodio senderos abiertos por el anterior como ese laborioso germen de romance entre Hermione y Ron, al tiempo que se muestra abiertamente que Harry siente deseos por un personaje femenino: su primera novia es una estudiante de magia china, interpretada por Kate Lung.
Newell proporciona, pues, lo que de una continuación de Potter se espera: espectacularidad, ordenado regreso a los escenarios y personajes de siempre, más esos esbozos de aventuras galantes que nos recuerdan que los chicos crecen y sus aventuras se orientan hacia una audiencia más adulta.
El argumento de esta esperada secuela gira en torno a la preparación y desarrollo de diversas competiciones de hechicería. El viejo profesor Dumbledore (Michael Gambon), director de Hogwarts, anuncia públicamente que la escuela ha sido elegida este año como sede del Torneo de los Tres Magos, una peligrosísima competición en la que tres alumnos tendrán que enfrentarse a un dragón que escupe fuego, así como a los peligros de las profundidades de un lago y a un laberinto con vida propia. Harry será uno de los elegidos por el cáliz para competir, a pesar de no haber introducido en él su nombre para ese fin.
Naturalmente, este Harry Potter está lleno de maravillas y momentos espectaculares, a mayor gloria de la infografía y la pantalla azul... Quizá con algo de exceso, pues a veces los escenarios fantásticos se suceden con tal rapidez, son tan abundantes y barrocos, que apabullan un poco al espectador.
Curiosamente, los momentos de melodrama juvenil, con Harry y sus inseparables amigos haciéndose mayores, resultan agradecidos interludios que permiten descansar de tantas criaturas maravillosas y efectos especiales.
HARRY POTTER Y EL CÁLIZ DE FUEGO
Dirección: Mike Newell.
País: Estados Unidos, 2005.
Elenco: Daniel Radcliffe, Emma Watson, Granger Rupert Grin, Brendan Gleeson, James Phelps, Oliver Phelps,Ralph Fiennes.
Género: Fantasía, acción.
Duración: 150 minutos.
Cines: Cinemark y Supercines.