Puede provocar una gran sed leer las novelas de Hernán Rivera Letelier acerca de excéntricos bebedores de peso en los pueblos mineros en el árido norte de Chile.
Pero el autor chileno, todo un éxito de ventas, es bastante más sobrio a la hora del trago.
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“Pura leche. No tomo ni fumo, bailo apretado sí”, dijo Rivera, junto a un vaso de leche, en un café en Antofagasta, un puerto en la costa del desierto de Atacama que es su hogar y donde cuando era niño solía perseguir remolinos de arena.
Este es el lado suave de Rivera, de 55 años de edad, quien usualmente destaca más por su pasado de trotamundos hippie y de rudo minero y por su presente como rebelde de la literatura chilena, que por su abstinencia alcohólica que heredó de sus profundamente religiosos padres.
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Cuando era niño, su familia se trasladó de ciudad en ciudad mientras su padre buscaba trabajo tras el colapso de la industria del salitre y cientos de oficinas que lo extraían cerraron en la inhóspita pampa, en el norte del país. Dos de sus hermanos murieron en la infancia y perdió a su madre cuando tenía 11 años.
Rivera creció en una familia cristiana evangélica que no tenía dinero para comprar libros. Por eso, no leyó nada excepto la Biblia hasta que fue veinteañero.
Hoy los estudiantes leen a Rivera por todo Chile, pero el autor se siente independiente y promete no cambiar su elaborado y criticado estilo de redacción.