Si uno camina por Guayaquil, hasta castillos encuentra al paso. En pleno Barrio del Astillero, en Eloy Alfaro y Venezuela, se levanta el castillo del español José Martínez de Espronceda, quien fue propietario de cola Fox. El castillo, que luce dos escudos nobiliarios, actualmente está dividido en departamentos.

El pretexto de esta crónica es el castillo Ala-Vedra de Las Cinco Esquinas (Colón y Noguchi). Su historia va de la mano a la vida del Sr. Dr. Dn. José María Ala-Vedra de Figuerola Moreira de Vergara y Gómez de Tama Ponce de León, su ideólogo y constructor.

Toda ciudad tiene sus personajes excéntricos, raros, folclóricos. Vulgarmente llamados locos porque se salen del molde establecido, Ala-Vedra es uno de ellos.

Publicidad

José María Ala-Vedra y Tama, según los biógrafos Ricardo Márquez Tapia y Rodolfo Pérez Pimentel, nació en Guayaquil en 1890.
En 1917, cuando se graduó de médico, era un joven apasionado por lo aristocrático, la equitación y la esgrima. Comentan que en Lima empezó a dividir su primer apellido en dos, porque le pareció más aristocrático.

En 1951, el reino de Nápoles le concedió la Orden Militar y Constantiniana de San Jorge, al año siguiente solicitó permiso para construir su castillo, pero unos concejales le exigieron dinero, se enojó e hizo circular una hoja volante con el siguiente encabezamiento: El Caballero de las Espuelas Doradas a sus nobles brutos.

Recién en 1959, sobre un solar de 400 metros cuadrados, comenzó a construir su castillo. Un palacio de estilo medieval hispano-romano a un costo de cinco millones de sucres, cantidad onerosa para la época, la cuantía final fue superior.

Publicidad

La gran noche de José María Ala-Vedra y Tama fue el domingo 16 de junio de 1962. A las 21h00 fue condecorado como Caballero Gran Oficial de la Orden Ecuestre y Pontificia del Santo Sepulcro de Jerusalén, y las 22h00 se realizó la bendición e inauguración de su castillo.

Anécdotas y blasones
Para enmarcar a este personaje y   su castillo es necesario saber que su padre Ángel Miguel Alavedra y Moreira hizo fortuna con una empresa de abromiqueros.

Publicidad

Ante la carencia en Guayaquil de alcantarillas de aguas servidas, los abromiqueros al grito de “¡Cambio!” visitaban las casas abonadas al servicio y cambiaban los toneles llenos de excrementos por otros limpios y vacíos.

Barriletes que eran descargados en una quebrada del sur de la ciudad. Por dicho origen, cuando Ala-Vedra y Tama se daba aires aristocráticos, el pueblo raso le gritaba: “A Lord Caca”. 

Y como hasta Dios necesita de campanas, nuestro doctor no se quedaba atrás a la hora de promocionarse.

En EL UNIVERSO del 18 de diciembre de 1949 se lee: “Dr. José Ala-Vedra y Tama. Calle Colón 211-215. Telf. 1905. Oficina: 2 a 6. Medicina y Cirugía. Oído, nariz, garganta. Arteriosclerosis, corazón, riñones. Piel, venéreas, sífilis. Extírpense callos, manchas, lunares. Paludismo, gripe, disentería; tuberculosis; inyecciones de gas con el aparato Kues, parálisis, atrofias, beri-beri”.

Publicidad

Y seguía: “Tumores, temus, epiteliomas, cáncer, fibromas, hemorragias uterinas. Rayos: X, infrarrojo, ultravioleta, radioterapia profunda con filtros. Electricidad: galvánica farádica alternativa, baño de cuatro células. Alta frecuencia diatérmica, orgonvalización, condensación, efluvización, chispiación, coagulación. Masaje; vibratorio rotativo contusivo. Aerotermoterapia. Equipo Bier para pulverización, succión, anestesia, etcétera”. Después de leer lo ofertado, diríase hoy: ¡Llama ya!

En 1951 causó revuelo al anunciar en los diarios EL UNIVERSO, La Prensa y La Nación, su genial descubrimiento: la Litolisina, fórmula magistral cuya sola ingestión, en un lapso no mayor de dieciséis horas provocaba el ablandamiento y expulsión de los cálculos biliares.

Aunque sus colegas no le dieron crédito, su consultorio se llenó de esperanzados y adoloridos pacientes.

La noche del castillo

En 1962, EL UNIVERSO y revista Vistazo cubrieron la ceremonia del Palacio Episcopal que fue en latín, música sacra de fondo y lágrimas del Dr. Ala-Vedra que vivía su noche de noches.

Él vestía frac, lo acompañaban los Caballeros: Dr. Vicente Norero de Lucca y Giulio Ricci ataviados con capas y espadines al cinto. Y el Secretario, Bolívar Pauta Ubilla, en un almohadón portaba el título y la espada.

Posteriormente se desplazó al castillo donde lo esperaban sus invitados del mundo aristocrático, diplomático y de la más alta esfera social. Los mozos servían copas de champaña. Subió por la escalera de mármol cubierta con una alfombra roja, se detuvo, junto a una armadura de plata, a recibir las felicitaciones de rigor. En los bajos del populoso sector de las Cinco Esquinas, la multitud pujaba por ingresar.

Cuando los inquilinos del castillo –el doctor había rentado algunos departamentos- se asomaron a las ventanas enrejadas, la plebeya jorga gritó burlona: ¡Suelten a los presos! ¡A tomarse la Bastilla! ¡Viva Lord Caca! Fue la noche del castillo.

La mañana que visito al castillo, creo escuchar esos ecos. No he llegado a asaltar sus torres y blasones, sino a fotografiarlo. Buses y carros pasan raudos por las calles Colón y Noguchi. La jauría humana transita por los bajos de la fortaleza. La puerta 101 de la Colón aún luce el antiguo letrero dorado en letras verdes: Doctor Ala-Vedra, Medicina-Cirugía, Electricidad-Rayos.

 A un costado, un letrero de cartón, escrito a mano, sobre el muro del castillo ofrece: Se vende arroz por quintal.  Ahora el castillo Ala-Vedra, a más de prestar servicio de garaje, es ocupado por almacenes, consultorios, oficinas y departamentos. Tal vez podría ser un atractivo museo.

José María Ala-Vedra y Tama murió de sus ochenta y pico de años, dejó una fortuna en solares, covachas, joyas y un excéntrico anecdotario. Su castillo de las Cinco Esquinas lo inmortaliza.