¿Cuál es la capital de Francia? Una chica con piercings, otra de cabello y lentes lilas, un muchacho de pelo largo, una humilde joven, una señora de mediana edad con permanente, un caballero de colita encanecida, otro más de impecable corte y una señora mayor, responden sin dudar: París. Cuando al mismo grupo se le pregunta “¿Cuál es la capital de Honduras?”; las respuestas son insólitas: “Nicaragua”, “Guatemala”, ríen, se quedan perplejos, una sola entrevistada (la señora de mediana edad y permanente) responde: “Tegucigalpa”.

“Vamos a conocernos”, dice el mensaje final de este spot de Telesur, el canal que con enorme revuelo se lanzó hace pocas semanas bajo el financiamiento de los gobiernos de Venezuela (capital mayoritario), Argentina, Uruguay y Cuba. 
“Vamos a conocernos” es un mensaje que apela tanto a lo emocional como a lo reflexivo y es un indicativo de la clase de discurso que difunde la cadena de alcance continental. 

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El revuelo político, el enfrentamiento del régimen Chávez con Estados Unidos, las iniciativas de congresistas norteamericanos para que se emitan señales televisivas de bloqueo, las reacciones del gobierno colombiano (incondicional aliado de EE.UU.), han desviado la atención de lo verdaderamente importante en Telesur y en cualquier canal de TV: la calidad de su propuesta audiovisual y la estructura de su programación.

Telesur aún no se puede ver en el Ecuador ni por señal abierta ni por televisión pagada; pero he podido revisar algunos bloques de programación gracias a la cortesía de los canales de TV locales que pueden captar la señal en sus satélites.
Con ello intentaré una primera interpretación sobre los recursos audiovisuales y el discurso televisivo de la cadena que tiene por lema “nuestro Norte es el Sur”.

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Nítidamente, Telesur es un canal en formación. Su propuesta visual es impecable, creativa; pero su programación aún es una incertidumbre. Da la impresión que la cadena salió al aire como un experimento para difundir una imagen y una intención; las que representan un mensaje fuertemente político.

De ahí que lo más llamativo de la nueva televisora  sea, precisamente, su fuerte imagen institucional: avances, promocionales, spots que difunden la idea que está detrás del proyecto y al mismo tiempo su propuesta política.

Pero cuando se dice “político” no se trata de que Telesur esté plagada de propaganda chavista o esté promocionando el peculiar bolivarianismo populista del caudillo venezolano. Lo político está en otro nivel: lo latinoamericano como una identidad, el vecino como alguien digno de conocer.

 Probablemente ese discurso sea aún más peligroso (para el statu quo) que el otro,  y por eso la furiosa reacción de los sectores más conservadores del Norte.

Porque, además, hay un detalle muy importante, la discursividad tiene una correlación directa entre fondo y forma. El mensaje está empacado con mucha creatividad, lo cual se manifiesta en la variedad de recursos que se manejan. Una mano de plátanos es enfocada en planos medios, luego primeros planos, en detalles… La edición los vuelve a alejar y en la parte superior de la pantalla aparecen los distintos nombres que tiene la fruta en nuestros países. El mensaje final es inequívoco: “muchos nombres, un solo sabor”.

En realidad, los productores de Telesur no tienen que ser unos genios: basta con recorrer los paisajes, ver a la gente, mirar el arte, sensibilizarse con las artesanías, estar atentos a los modos de vida y tienen material de sobra para dar forma a una peculiar y por demás interesante estética televisiva.

Por eso, en la imagen de Telesur hay de todo: materiales paisajísticos, en doble vertiente, humana y geográfica con una conclusión fuerte: “Telesur siente tu tierra” y “los rostros del Sur”. Aunque una cosa es casi lo rutinario: escuchar a gente de lo más diversa decir, cada uno a su turno, “yo soy Telesur”,  pero otra cosa es cerrar con un golpe sorprendente: “I do it”, dicho por un niño rubio y sonriente.

Se pueden citar decenas de estos spots, pequeñas joyas discursivas y audiovisuales; pero el tema es que eso aún no se refleja con una programación debidamente estructurada. Es más, lo  que pude ver (17 y 18 de agosto) no está a la altura de la estética institucional. ‘Campesino: la voz que no se escucha’, es panfleto sin estética; los noticiarios aún no tienen una identidad y programas como ‘Memorias del fuego’, ‘Maestra vida’ ,  ‘Memorias en desarrollo’, ‘El subte’, ‘La revista’, ‘Voces contra el silencio’ son aún promesas.

Aunque vale la pena detenerse un poco más en los promocionales. ‘Memorias del fuego’ apela a la emotividad pura: escenas de la historia reciente de América Latina, mientras León Gieco canta Cinco siglos igual. Para ‘La revista’ se ve a un señor de mediana edad que viaja sentado en un metro y hojea una revista. Detrás, a media distancia, viaja un chico de pelo largo y vestimenta de lino que se va acercando poco a poco hasta quedar con la atención fija sobre el hombro del sentado. El mensaje: “La revista, información que te interesa”. El último: unas manos ponen un cono de seguridad, luego proceden a abrir con una gran llave la tapa de una alcantarilla. El sonido de la versión psicodélica de El cóndor pasa se destapa fuerte. Las imágenes siguientes son de las calles y la noche joven de cualquiera de nuestras ciudades. El mensaje: “El subte, estrategias para la (super) vivencia urbana”.

Claramente, Telesur no está enfocada en competir con la televisión comercial de la  región, pues actualmente a la segunda la definen los formatos: realitys, talk shows, etc. En Telesur no hay “formatos”, hay campo libre; lo cual es, al mismo tiempo, una oportunidad y un peligro.  

Tampoco es cierto que Telesur esté destinada a ser la Al Jazeera latinoamericana o la CNN del Sur. No hay los recursos y el énfasis noticioso de la televisora qatarí o de la cadena con sede en Atlanta.

En realidad, Telesur es un canal muy latinoamericano; con todo lo que indica el calificativo. Creativo, diverso, caótico, divertido, contradictorio y con enormes desniveles; que aprovecha la infinita riqueza estética de la  región y sus extraordinarios valores humanos y culturales. Nada más, pero tampoco nada menos.