Como hombre de letras, el escritor quiteño Raúl Andrade se convirtió en el precursor del periodismo político, de agilidad y dureza en el manejo del idioma, se destacó por no dar tregua a sus adversarios.
Raúl Andrade representa el momento culminante del periodismo político. Se inició en el diario El Telégrafo en 1923 y unos años más tarde, en 1937, recogió en Cocktails sus punzantes crónicas publicadas en el diario liberal La Mañana dirigidas particularmente contra el ex presidente José María Velasco Ibarra, a quien Andrade combatiría sin tregua.
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Provenía de una de las familias con mayor historial en el combate al autoritarismo político en el Ecuador. Un tío suyo, Roberto Andrade, protagonizó una de las leyendas políticas ecuatorianas, perseguido incansablemente por el poder conservador desde la muerte de García Moreno en la que participó, hasta su combate al placismo (Galo Plaza) y al renunciamiento de este a las tesis del liberalismo radical.
Otro tío de Raúl, el general Julio Andrade, murió en forma oscura, asesinado por su oposición a los excesos del liberalismo plutocrático; y su padre, Carlos Andrade, sufrió igualmente persecución política. De modo que Raúl Andrade, acosado por dificultades económicas, abandonó sus estudios y se dedicó a diversos oficios hasta recalar en el periodismo en el que prolongaría aquella zaga política familiar.
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“Historia, Cívica y Moral... las aprendí directamente de mis antepasados. Literatura y Gramática, leyendo y escribiendo. En cuanto a la Geografía la aprendí caminando y navegando...” son expresiones suyas recogidas por Galo René Pérez.
En 1943 publicó Gobelinos de niebla, un conjunto de ensayos en el campo de la literatura y el arte; para volver un año más tarde, a las páginas de El Telégrafo, con su columna Viñetas del mentidero, convertida en una fuente de humor político implacable; a lo largo de sus páginas Raúl Andrade construye la caricatura política de una ciudad, Quito, en sus muchos años como editorialista de diario El Comercio, habitada por “la elegante que sale a perder su tiempo y el de los demás repartiendo sonrisas, el político zahorí y el buhonero judío, el orador de esquina y el pregonero de cucuruchos de helados”.
Andrade va desmontando en las páginas de Viñetas del mentidero un país que necesita decir “no más fechas embanderadas, no más patrioterismo discursivo, no más carroña heroica”, un reclamo que todavía tiene vigencia. Como tienen vigencia algunas de sus descripciones de la élite política: “…líderes ceñudos, graves, amarillentos, calvos, definitivamente lúgubres parecen escrutar detrás de los espejuelos los menores movimientos de los jugadores rivales” para calificar a los conservadores.
O “todos se han vuelto bruscamente respetables, como si fueran víctimas de una epidemia de seriedad. Ya ni los carabineros, ni los velasquistas ni los eruditos suscitan la sonrisa de nadie. Y una ciudad en estas condiciones está triste y fatalmente condenada a desaparecer”.
Nadie como él supo describir ese moroso y conspirador espíritu de Quito. Esa fusión entre la intimidad de sus portales y sus cafés, con la condición secreta y oculta con la que se ejerció la política a lo largo del siglo XX, en medio de asonadas, cuartelazos y fugaces velasquismos.
Con frecuencia, sus artículos se convierten en estampas pintorescas de la ciudad y de los quiteños; y a lo largo de sus textos, es posible reconstruir todo un periodo de enorme agitación política en el escenario ecuatoriano.
Formó parte de una generación de escritores y artistas, iniciados en la vanguardia de principios del siglo XX y que se convertirían en “la piedra en el zapato” de toda solemnidad, de toda trascendencia, de todo arrogante ejercicio del poder, a través de revistas de humor como Caricatura o Zumbambico.
En 1944, “mal visto” por la Gloriosa de mayo a causa de su mordaz crítica a la figura de Velasco Ibarra, Andrade buscó el exilio. Así, recorrió México y Cuba, para instalarse finalmente en Colombia.
A partir de la década de los cincuenta publicó algunas de sus obras más destacadas: El perfil de la quimera (Quito, 1951); La internacional negra en Colombia (Quito, 1954); Crónicas de otros lunes (Quito, 1980); Barcos de papel (Quito, 1981); Claraboya (reeditada en 1990), Viñetas del mentidero (reeditada en 1993). Y en teatro: Suburbio (Quito, 1931).
Durante las tres últimas décadas de su vida ejerció la diplomacia turnándose con el periodismo, cuando colaboró con diario Hoy. Sus columnas perdieron talvez toda la mordacidad, ese extraordinario modo de haber convertido al insulto en un impecable estilo literario (¿quién podría replicarle sin caer en el ridículo?), pero crecieron en calidad estética.
Raúl Andrade murió en Quito, en el año de 1981.