Al término del concierto de Yamandú Costa, la noche del pasado miércoles en la Casa de la Música de Quito, los asistentes solo atinan a levantarse y aplaudir hasta que las manos resistieran. Y seguramente eso es lo mismo que ocurrirá en la presentación que el guitarrista brasileño ofrece hoy, a las 20h00, en el MAAC de Guayaquil.
El virtuoso Yamandú Costa, a sus 25 años, tiene cuatro discos en los que demuestra su destreza con la guitarra. Es más, toca una guitarra de siete cuerdas con las que amplía sus posibilidades de acordes y escalas.
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En Valsa 1°, siguen los compases atiborrados de pulsaciones en las cuerdas. Y en medio de ellas, Yamandú silba cada escala, con lo que demuestra su oído absoluto. Thiago, el bajista, libra su propia batalla por corregir el ajuste del clavijero que, a su parecer, suelta notas falsas. Cuando lo consigue practica una amplia sonrisa, aunque más bien parece una mueca de satisfacción.
Yamandú aún continúa sin hablar con el público, pero el auditorio se emociona con los complicados estribillos de fusas y semifusas de una canción original de Caetano Veloso, se llama Sampa. Hay un diálogo entre la batería de Eduardo Ribeiro y la guitarra que se complica, mientras que el bajo, en una suerte de sincopado, pone la calma.
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Solo cuando ya ha demostrado sus dotes se atreve a tomar el micrófono para saludar y decir lo bien que se siente en Quito. Este guitarrista de 25 años habla una español entendible, quizá porque fue alumno del argentino Lucio Yanel. Él prefiere llamarlo portuñol, y así, bromea con el público y sus compañeros lo dejan solo en el escenario.
Sus manos vuelven al ataque. Es un ritmo brasileño que suena suave, aunque sea rápido, que endulza los oídos a pesar de que los dedos de Yamandú saquen chispas. Esa música es ambigua, desde todo punto de vista, es alegre pero también melancólica. Es Brasil, indiscutiblemente.
El espectáculo tiene varios matices. Por un lado, Yamandú con sus ojos cerrados.
Por el otro, el bajista baila, como si el instrumento al que está ceñido fuera una mujer, mientras que el baterista recurre a artilugios jazzeros, y demuestra que para los de su clase no hay nada imposible.
Yamandú aprovecha las siete cuerdas de su guitarra, hace un arpegio constante con las cuerdas gruesas con los dedos índice y pulgar, mientras que el anular y el meñique tocan las cuerdas altas. El resultado es como si hubiera un dúo holográfico de guitarristas.
Pasan las canciones, Taquito Militar, El negro de la blanca, Disparada (con solos de bajo y batería), el clásico Nuages y termina con Samba meu. Yamandú ha hecho que hasta el más escéptico, por lo menos marque el ritmo con sus pies. Y por eso se lleva aplausos que si pudieran traducirse expresarían: ¡cuánto talento!