Ideado hace más de tres décadas, Herbie (más conocido en el mundo hispano como el legendario Cupido Motorizado) se convirtió en uno de los personajes (automovilísticos) más populares en la historia del cine y la televisión.

Este famoso Volkswagen escarabajo, con el número 53 impregnado en su dorso, capaz no solo de desplazarse como un bólido de carreras, sino también de sentir y –a su manera– de expresarse, se convirtió en un ícono para por lo menos un par de generaciones. Así, Herbie llegó a tener tres secuelas, una miniserie para la tele y un remake para la pantalla chica, que se filmó en 1998.

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El estudio Disney –ávido como todas las corporaciones hollywoodenses de reciclar viejos proyectos exitosos– decidió “resucitar” al intrépido vehículo, ponerlo ahora en manos de una carismática estrella adolescente como la popular Lindsay Lohan (apreciada en Un viernes de locos y chicas pesadas), hacer que corra en la mismísima serie Nascar y que se enamore de un New Beetle –sustituto moderno del mítico escarabajo– en una perfecta jugada de marketing.

Tras un interesante prólogo, un documental en el que se recuerda el surgimiento, el apogeo y la decadencia de Herbie, nos encontramos con que ese modelo 1963 tiene destino de chatarra. Rescatado del desarmadero de manera casi fortuita por Maggie (Lohan), que termina pagando una suma irrisoria de 75 dólares, el inefable héroe motorizado no tarda en demostrar sus viejas virtudes mecánicas y comunicativas, sacando a relucir su mente y sentimientos propios, además de su exuberante espíritu que pareció redefinir el término “marcha libre”.

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En esta elemental historia concebida entre cinco guionistas hay, por supuesto, un conflicto familiar: Maggie es hija, nieta y hermana de corredores de carreras por tradición que manejan una escudería en crisis y que no quieren que ella también quede sumergida en ese ambiente. Además, un típico malvado cuyos estereotipos lo convierten en personaje divertido (el egocéntrico y arrogante campeón de la clase Nascar, interpretado por Matt Dillon) y una serie de competencias y persecuciones pensadas para el lucimiento, es obvio, de Herbie.

La película se sigue con bastante interés y más de una sonrisa, aunque su metraje (un centenar de minutos) resulta algo excesivo. Para los padres está la posibilidad de disfrutar de un irónico despliegue de clásicos musicales de los años 60, 70 y 80, a cargo de Lionel Ritchie, Van Halen, Steppenwolf y los Beach Boys. Si a ese logro se le agrega el buen elenco aquí reunido (a Lohan y Dillon se le suma Michael Keaton, como el padre machista, sobre protector y bienintencionado de la protagonista), Herbie, a toda marcha, termina siendo un entretenimiento tan correcto como efímero.

Si usted es un apasionado de las carreras, seguro que la película le resultará más que grata, sobre todo cuando algunos campeones internacionales del automovilismo aparezcan delante de la cámara. Si usted, por el contrario, no gusta del todo del automovilismo, pero de cualquier forma se ve forzado a presenciarlo, pues entonces resígnese y disfrute con lo que aparece en la pantalla, que es bastante y apreciable.