Los escritores  Francisco Granizo y Francisco Tobar García aparecen juntos en una publicación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana  que reunifica las mejores expresiones poéticas de estos autores.

Poesía junta, la colección editada por la Casa de la Cultura de Quito, continúa en su propósito de recoger obras dispersas o parcialmente olvidadas. Se inició con la obra de un poeta que produjo una obra a “destiempo”, tardía, pero de importancia: Miguel Ángel Zambrano.

Posteriormente, la colección ha continuado con dos poetas fundamentales: Francisco Granizo y Francisco Tobar García. Dos escritores que han producido su obra en los límites de la poesía ecuatoriana, particularmente Francisco Granizo, ensayando todas las formas poéticas posibles en una actitud  de ruptura.

Publicidad

Excluidos, en cierto grado, del “panorama de la poesía ecuatoriana” oficial, aquella oficialidad que “olvidó” no solo a un Tobar o un Granizo sino también  a un Alfredo Gangotena, Tobar García y Granizo Ribadeneira se caracterizan por el rigor poético y la fidelidad a la poesía.

El volumen de Francisco Granizo reúne dos libros fundamentales –Nada más el verbo (1969) y Muerte y caza de la madre (1978)– aunque anteriormente ya publicó Por el breve polvo (1948) y La Piedra (1958). Por tanto, cada diez años, Granizo ha entregado un volumen. Esta publicación de Poesía junta contiene, adicionalmente, dos textos inéditos: El sonido de tus pasos y un juego teatral: Fedro.

No existe formato poético que Granizo no haya ensayado, desde el verso libre de Nada más el verbo o La nueva canción de Lilí hasta el rigor de las octavas en Veinte instantes de la rosa  o los sonetos de Muerte y caza de la madre o del reciente El sonido de tus pasos. Una diversidad con la que Granizo quiere hacer un elogio personal de la poesía, con la que quiere recuperar para el verso todas las combinaciones posibles.

Publicidad

Aparentemente, Granizo no tiene motivos que privilegie. Sin embargo, hay constancias, obsesiones. Toda su obra guarda la presencia de un reiterativo, entrañable “tú” que es sobre todo cuerpo. Cuerpo cercano en el amor, lejano en la memoria. Pero siempre el “tú” en la entraña del verso. Y junto al tú, paradójicamente la soledad. Y junto al otro cuerpo, la distancia, la ruptura, la maldición a Dios. Un ruptura con la obsesiva presencia de Dios, que tanto Granizo como Francisco Tobar proclaman en la poesía.

A momentos, la poesía de Granizo es la evocación carnal de San Juan de la Cruz:
“A nada, blanda, plugo
apuradas la casa, la cancela,
cáscara y mendrugo
su voz y cantinela,
la sucedida puerta, la cautela”.

Publicidad

Hermetismo y musicalidad se dan la mano para convocarnos al verso, pero plantearnos, al mismo tiempo, el enigma del verso. Proximidad y distancia en la que los formatos de la poesía, por clásicos que aparezcan, dan cuenta de un poeta profundamente contemporáneo.

Si en una selección quedasen apenas diez poetas ecuatorianos, entre ellos estaría Granizo, afirma el crítico Hernán Rodríguez Castelo.

En el caso de Francisco Tobar García, el volumen de Poesía junta recoge una cuidadosa antología de sus libros, desde los iniciales de la década del cincuenta.

Tobar comparte con Granizo una imagen común: la violenta ruptura con la sombra de Dios sobre la tierra. Un nueva versión de la rebelión de Luzbel.
Dice el verso de Francisco Tobar:

Publicidad

“Señor, te amé desesperadamente, con las uñas,
con los pies y las manos, a pesar del infierno,
con esta fuerza ajena de todos los sentidos.
Te he gritado, te he oído, te he palpado y hundido mis manos en tus llagas:
Te he mascado como un caballo el freno
Y, sin embargo,
No seguiré tu huella”

En toda su obra late una intensa revuelta personal que se radicaliza en cada uno de sus libros. Es como si la poesía fuese en espacio en el que Tobar ensaya una prolongada disección en su propio cuerpo, en su pasado, en su memoria.

Intensamente personal, la poesía de Tobar, hecha de versos extendidos y abarrotados de imágenes y de referencias, autobiográficos casi siempre, si la ponemos frente a la poesía de Granizo, está más cerca de lo descriptivo que de la pura sensación de la palabra.

Francisco Tobar se inicia en la poesía con Amargo (1951), un texto eminentemente descriptivo. Prolífico, este poeta tiene más de una decena de piezas de teatro y siete u ocho libros de poesía. El último, publicado pocos años antes de su muerte, ocurrida en 1995, es un voluminoso libro titulado Ebrio de eternidad (1991).