El pretexto para  sintonizar el programa de Molinari es la cocina. Ya ante el televisor, la realidad es otra... Molinari invita a una señora con su hijo al set, hace chistes, canta y sugiere música de fondo. Si la salsa de los tallarines queda aguada o se la debe espesar con maicena, no importa. Finalmente, no estamos en un programa de cocina con un experto sino en el espacio de un “showman” interactuando con su público.

En TC, a Mariaca se la anuncia en su salsa aunque tampoco esté en su punto y con alguna frecuencia los platos se le estropeen. No es importante, en su caso la idea es crear una cierta complicidad con la ama de casa, que pasa solo tangencialmente por la cocina. En Ecuavisa, a Esteban Verdesoto le falla menos el pulso, pero tampoco sus preparaciones son nada del otro mundo. Exhibiciones, guiños, interacción con el televidente. En los programas de cocina, lo culinario pasa a segundo plano. Observaba lo que sucede en la TV internacional con los programas de cocina. Ciertamente, una de las tendencias es transformar el antiguo arte culinario en un espectáculo. En la TV Española, ‘Vamos a cocinar’, el programa que reemplazó al emblemático Karlos Arguiñano, es una combinación de edición trepidante, música rítmica y un cocinero hiperactivo. En ‘Casa Club’, ‘Travel & Adventure’ y ‘El Gourmet’ son frecuentes las funciones televisadas a cargo de chefs glamorosos/as que plantean una combinación de divertimento y gastronomía: Esencialmente ‘Dolli’, ‘Cocina de Autor’, ‘All uso nostro’, ‘Narda en Japón’, ‘Menú Manhattan’, por citar algunos. No obstante, hay dos factores irrenunciables: una culinaria impecable y el hecho de que los presentadores son profesionales destacados en el oficio por su trayectoria o por innovadores. Finalmente, esos dos elementos son los que darán credibilidad a los programas.

Interactuar, esa es la cuestión
¿Siempre fue así? No sé, pero me da la impresión de que la TV ahora vive en pánico. El gran fantasma que la acosa se llama “interactuar con la gente”. Su reto es dejar de ser “la caja tonta” que convierte a la gente en pasivos receptores de mensajes unidireccionales. Sus esfuerzos se dirigen a tratar de recobrar una credibilidad venida a menos planteando el simulacro de dejarse penetrar por los televidentes.

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¿Simulacro? Sí, dado que la interacción se queda en la piel: en la llamada, en el “amor, ¿de dónde me llama?” o “tenga la funda de multiproductos como premio consuelo”. Simulacro, además, porque en el fondo la producción de TV es más cerrada y más misteriosa que nunca.

Pero al mismo tiempo el reto es inmenso. Ayer me topé con un artículo de Javier Castañeda en La Vanguardia, que planteaba: “Cada vez más gente usa internet, no solo como fuente de información... sino como una forma de entretenimiento que sustituye y roba audiencia a la televisión. La ventaja de la red frente a la llamada caja tonta es que introduce –o recupera– la idea de conversación. Pero sobre todo introduce la posibilidad de elegir y de cambiar una recepción prácticamente pasiva de información, por la capacidad de interactuar…”.

Ahí está: la TV quiere competir con la red. Molinari quiere interactuar con su público. Mariaca, conversar con las amas de casa. Verdesoto, lograr la confianza de su audiencia. El asunto es que el interactuar, el conversar, el intercambio de conocimientos (en este caso culinarios) no puede darse sobre la nada.