Mirar la realidad con los ojos del agudo realizador británico Mike Leigh es siempre un placer perturbador. Secretos y mentiras (Palma de Oro en Cannes en 1996), ese análisis crudo pero también piadoso de los vínculos familiares, le dio fama internacional y lo acercó por primera vez a la mayor parte del público americano, aunque entonces llevaba ya más de treinta años de carrera artística, dedicada a la dramaturgia y la dirección teatral, en los años 60; y luego al cine, desde comienzos de los 70, con títulos como Life is sweet, Naked, Simplemente amigas y, más recientemente, Vera Drake, durísima entrega centrada en el dilema moral sobre el aborto y la diferencia de clases sociales que se alzó con el León de Oro en Venecia el año pasado.