Curanderos de varias culturas indígenas del país llegaron en la madrugada hasta el templo del sol

Un profundo y melodioso sonido grave emitido por dos qujipus o caracolas marinas entonadas por shamanes aborígenes del Oriente se dispersó antes del amanecer de ayer en el castillo de Ingapirca.

Hasta el Templo del Sol, a las 05h00 llegaron doce curanderos de diversas culturas indígenas de Azuay, Tungurahua, Pichincha, Zamora Chinchipe, Morona Santiago, Imbabura y de otras comunidades colombianas, venezolanas y peruanas.

Su misión fue agradecer con un ritual de sanación a quien consideran su padre-dios y lo llaman Taita Inti, al que dedican desde ayer y hasta mañana tiempo y sacrificios en agradecimiento al ciclo de vida y producción propiciado por el astro rey, en el año del calendario Cañari Inca.

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Esta ceremonia de shamanes o Yachac, como se los llama a los más viejos y sabios, preparó el camino para que la fiesta del Inti Raymi inicie junto con el solsticio o colocación del sol, en el último día del año, justo en el centro del hemisferio norte y esto ocurrirá exactamente el próximo martes.

Usando sus trajes típicos de curandería caracterizados, unos por ponchos de colores, otros por coronas de plumas o simplemente ropas blancas adornadas por coloridos bordados y collares de santería, estos delegados limpiaron el área elíptica del templo para la llegada de los celebrantes.

El rito continuó con la ceremonia del fuego encendido en carbones bendecidos en un solo recipiente de barro, pero luego de pedir permiso a este elemento de la naturaleza se lo dispersó hacia los cuatro puntos cardinales en otros recipientes similares.

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Una media luna con pétalos de rosas se formó en torno al fuego primario. Dentro de ella se colocaron frutas y productos agrícolas de la región andina como el maíz, calabazas y todo tipo de granos.

En la parte superior el altar tomó su forma final. Se colocaron dos bastones de mando, elaborados en madera, con figuras de animales y símbolos de las creencias aborígenes andinas.

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Delante de estos bastones, un manto verde se tendió en el piso y cada uno de los shamanes y yachac colocó sobre él  sus objetos sagrados utilizados en este tipo de rituales.

Piedras que transmiten energía, hierbas formadas como escoba para limpiar lo negativo, espadas para defender el bien, caracolas marinas y cascabeles pretendían reunir la energía para atraer la paz, según exclamaban en sus rezos los shamanes.

Invocaciones de cada uno de ellos agradeciendo a su Taita Huiracocha o Único Dios, a la Pachamamac o madre tierra por todos los beneficios recibidos formaron parte del acto que duró una hora y en el cual las hojas de tabaco envueltas en un cigarro eran inhaladas por los limpiadores.

Al finalizar el rito,  todos de rodillas y luego de pie levantando las manos hacia los cuatro puntos cardinales, pidieron permiso al Sol para empezar la fiesta. Luego los Chasquis se ponían de acuerdo para preparar su caminata de 20 km desde el cerro Narrío en Cañar hasta el Templo de Ingapirca.

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Ahí llevarán su mensaje a las comunidades indígenas del Abya Yala, podían comenzar su fiesta.