El coronel Gutiérrez cuando aún fungía de Presidente de la República, días antes de su derrocamiento, con desatino llamó a los manifestantes “forajidos”.
Eso conllevó a que sus opositores políticos, de burla, se autodenominaran “forajidos”. Empezaron a convocar a la ciudadanía a la desobediencia y algunos a emitir públicamente criterios regionalistas: “a Gutiérrez hay que arrastrarlo como a Alfaro”. No se acordaron que El viejo luchador es el símbolo de la utópica libertad y unidad en esta nación dividida.
Hoy, cuando las aguas se han calmado, sale a la luz que el movimiento forajido se dividió en dos alas: los “foravivos”, que los vimos posesionándose en cargos gubernamentales y tienen deudas, entre otros; y los “foragiles”, verdaderos hijos del valiente pueblo de Quito, que grupos de poder los utilizaron para cumplir su objetivo político.
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Además, con indignación fuimos testigos de los agravios verbales y físicos que fue víctima la pulcra memoria y la estatua del general Eloy Alfaro, en Quito, en las jornadas de abril. Hoy más que nunca la imagen, el recuerdo y legado del general Alfaro viven en el corazón de todos los ecuatorianos amantes de la libertad.
Ney Francisco Suárez Ortiz
Guayaquil
No todos los ecuatorianos compartimos esas ideas de “arrastrar a personas”, como lo querían hacer con el coronel Gutiérrez. Él tuvo errores, él no ganó en Guayaquil; pero hay una gran distancia a volver a la época de las cavernas o del viejo oeste de arrastrar a quien nos cae mal, como lo hicieron con el general Eloy Alfaro, ex presidente del Ecuador y “Padre del liberalismo”.
En las manifestaciones gritaban con odio y mostraban las fotos del general Alfaro, lo cual me pareció mal; acto que rechacé.
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Si supiéramos escoger a los presidentes de la República nos hubiéramos evitado estos malos ratos.
Adriana Triviño Moreira
Guayaquil