Que nadie se engañe. La película María llena eres de gracia nada tiene de divinidad. La ópera prima del norteamericano Joshua Marston se aproxima mucho más a un descenso a los infiernos que retrata con veracidad las peripecias de una “mula” colombiana, es decir, de una transportadora de cocaína dentro de su propio cuerpo desde su país natal hacia Estados Unidos.

Rodado con una minuciosidad nada pretenciosa, este impactante, demoledor, magnífico filme se centra en un tema muy vigente en la Colombia en la que arranca la acción... y en muchos de los rincones de la América Latina actual.

Es el ejemplo perfecto de cómo hacer bien una película compleja con elementos muy simples, con una narración estrictamente funcional y sin actores conocidos. Aunque hay que reconocer que a todo momento se pone en evidencia el descomunal trabajo de la debutante bogotana, Catalina Sandino, en un papel que no solo la obliga a exhibir una notable variedad de registros de forma solvente, sino que consigue con su arrebatador magnetismo arrastrar al espectador en su peripecia y que este se involucre hasta el fondo con ella en ese terrible viaje.

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La cámara de Marston, y es este el principal motivo por el que la película despierta de inmediato el interés, no categoriza ni sienta cátedra, no parece denunciar siquiera la situación social o afectiva en la que se ve envuelta la María del título. Pero justamente esa mirada contenida y pudorosa, casi antropológica, sobre la peripecia de la protagonista es la que hace del filme una herramienta extraordinariamente útil para comprender la penosa realidad en la que viven sumergidas tantas mujeres que en su desesperación se lanzan al siempre azaroso abismo de la droga, intentando cruzar el puente que separa la miseria sin esperanzas de sus países del espejismo de la tierra de las oportunidades.

Marston cuenta cómo esta joven decidida opta por cambiar radicalmente de vida ante la falta de posibilidades a que la somete el día a día en su pueblo del interior colombiano. Ni su vida afectiva, novia eterna de un chico más hecho a la rutina que a las efusiones del cariño; ni un trabajo alienante y embrutecedor, con un salario miserable en un almacén de flores, donde se deja las manos quitando las espinas de los tallos, parecen garantía de un futuro promisorio. Y por eso, más el azar, María termina convertida en correo de uno de los tantos carteles que se dedican al narcotráfico a gran escala.

La película escapa de cualquier tentación moralizadora para centrarse, en un tercio final agónico e inquietante, en todos los pasos que deberá dar María cuando se enfrente a una realidad que desconoce, en un país cuya lengua ignora y cuyos hábitos de vida la sorprenden. Y al final, la película termina constituyendo un camino de autosalvación, una curiosa liberación personal, un camino de redención para alguien que tiene la valentía suficiente de coger su destino en sus manos y pelear para salir adelante.

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Que la película haya causado sensación en todo el mundo cuando en realidad cuenta una anécdota pequeña, tiene que ver tanto con la habilidad del realizador para transmitir las emociones que emana su protagonista como con la actriz que la encarna, para hacerla creíble. Este pequeño milagro de empatía es el que convierte su trabajo en una performance llena de fuerza, de candidez, de sana inocencia: un verdadero hallazgo.

Nota: La película tuvo que filmarse en Ecuador por motivos de seguridad, ya que en esos meses Colombia vivía la campaña política que llevaría a Álvaro Uribe a la presidencia.