Juan Diego León Vite tenía siete años cuando supo que sus padres estaban separados. Al pequeño le parecía extraño que su papá lo visitara durante las mañanas pero no se quedara a dormir en la casa.

- “¿Por qué mi papi ya no vive con nosotros?”, preguntó el niño a Elizabeth, su madre.

- “Tu papi vendrá todos los días a verte pero ya no estará con nosotros en la casa”.

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- ¿Por qué?

- “Porque estamos separados. Ya no nos comprendemos”, dijo ella, sin darle entonces muchos detalles.

“La pareja ya no funcionaba, no había amor”, recuerda Elizabeth, de 42 años.
Los intentos fallidos por tener hijos durante ocho años de matrimonio desgastaron la relación.

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Ella notó las dificultades para quedar embarazada a los tres años de casados.

El ginecólogo diagnosticó una obstrucción de la trompa derecha, por lo cual se sometió a una histerosalpingografía (examen para analizar su permeabilidad) y, luego, a una laparoscopia quirúrgica (que consiste en la introducción de una minicámara para observar y curar las lesiones). Luego le recetó medicamentos para inducir la ovulación. Todo el proceso duró dos años.

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“El médico decía que estaba lista pero no pasaba nada. Incluso le sugerí a mi esposo adoptar un niño o realizarme una inseminación artificial, pero no él no quiso. Entonces decidimos separarnos porque decía que un matrimonio sin hijos no tenía sentido. Cuando uno ama a alguien quiere su felicidad, por eso pensé que era mejor que él buscara otra mujer que le diera un bebé”, expresa la mujer.

Dos meses después de tomar esa determinación, ella quedó embarazada. “Ya estábamos alejados y no sabía cómo decírselo. Como de todas formas él me visitaba, mi madre le dio la noticia. Él estaba feliz”. Y volvieron a estar juntos durante la gestación.

Al tercer mes, ella tuvo un principio de aborto. El médico le ordenó más descanso, por lo cual dejó su empleo.

Luego del parto, la pareja mantuvo su relación por cinco años más. “Pero ya no era lo mismo, se había enfriado; él era bastante dominante. Y preferimos que el bebé se críe sin ver discusiones o malas caras”, explica la mujer, quien labora en uno de los locales del centro comercial Policentro, al norte de la ciudad.

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Juan Diego y su padre según Elizabeth son grandes amigos. Van al cine juntos, salen de paseo los fines de semana y comparten el gusto por el fútbol y el básquetbol.

El niño tiene, actualmente, once años. Cursa el octavo de básica en el Liceo Naval y, según su madre, es un buen alumno. “Siempre le digo que es una bendición de Dios. Él sabe todo lo que sufrimos para tenerlo con nosotros”, dice.