Su vida se asemeja a sus cuentos, no solamente en el caso de ‘El patito feo’, en el que convergen la vida humilde del hijo del zapatero de Dinamarca (carpintero en el inolvidable cuento) y la fealdad del cuentista. Todo el conjunto de su obra enlaza con su vida.

¿Es posible ser autobiográfico a través de cuentos de hadas? Hans Christian Andersen, de quien dicen que fue el primero en imaginar los cuentos infantiles –pues sus antecesores se limitaron a volver a escribir aquellos que integraban las tradiciones europeas– convirtió en historias para niños varias metáforas de su azarosa vida.

Nacido el 2 de abril de 1805 en  la ciudad danesa de Odense y en una familia extremadamente humilde, a Hans Christian Andersen le rodeó el mundo extraño, algo fantástico de sus cuentos infantiles, que comenzaban, casi todos, con una situación dramática de partida, pero no siempre alcanzaban un final feliz.

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Cuenta la biografía de este poeta romántico, autor de libros de viajes y sobre todo de obras de teatro y hasta libretos para operetas, a más de sus 164 cuentos, que su padre ejercía de zapatero remendón y que se creía de origen noble. Su madre era lavandera, analfabeta y supersticiosa, pero que le contaba cuentos a su hijo desde pequeño. Su abuelo padecía demencia senil y su abuela trabajaba en el asilo municipal. Cuando su padre murió al regresar de la guerra –se había alistado en el ejército de Napoleón– la madre volvió a casarse. Todo parecía el tinglado con el que se abren cuentos como El patito feo o El soldadito de plomo, cuando no tienen el destino trágico de La zapatilla roja, relato en el que la protagonista, fatalmente atada a sus zapatillas, buscará al verdugo para que le corte los pies.

Andersen acabaría concibiendo los argumentos de sus relatos como versiones múltiples de su propia condición: de origen pobre, físicamente excluido por su fealdad y sus rasgos afeminados. Sus personajes se diferencian de la norma común, marcan la soledad que el niño vive en medio de los “mayores” (El patito feo, El soldadito de plomo). Pero estos personajes  que viven en esa diferencia la fuente de su desgracia, verán cómo ella es también la razón de su “buena suerte”.

“Mi vida es un cuento maravilloso, marcado por la suerte y por el éxito”, declara Andersen, en El cuento de mi vida (1855).

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Los oficios humildes de algunos de sus personajes (La pequeña vendedora de fósforos), que son a su vez la fuente de su felicidad, evocan los propios oficios de Andersen.

En efecto, cuentan las reseñas biográficas que “a los once años, muerto ya su padre, entró a trabajar de aprendiz de tejedor, luego de sastre y también lo hizo en una fábrica de tabaco, y en uno de estos lugares, sus compañeros llegaron a bajarle los pantalones para comprobar a qué sexo pertenecía”.

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Después vendría su traslado a Copenhague, a los 14 años de edad, capital de Dinamarca que se convertiría en el escenario de algunos de sus cuentos.

Hans Christian Andersen integra el grupo de los tres clásicos de la literatura infantil con Charles Perrault (1628-1703), los hermanos Grimm (que viven entre 1785 y 1863).

Concebidos en el marco del género del “cuento de hadas”, derivados a su vez de cuentos populares europeos y leyendas orientales, en Andersen lo maravilloso no es la presencia de aquellos personajes femeninos mágicos, las hadas buenas, sino la vigencia del hecho mágico como factor de desenlace, y la “humanidad” de los animales o de las figuras infantiles como el soldado de plomo. Según el diccionario de literatura de Joseph Shipley, los milagros de los cuentos de hadas ocurren en el plano material; en el plano espiritual domina la ley (afectos, personajes, justicia, amor). En la fábula, según Shipley,  reina un realismo práctico y triunfa la astucia, mientras que en el cuento de hadas “el hijo más joven, el patito feo o la Cenicienta, se someten pacientemente a su destino, hasta que el cielo, en figura de hada madrina, acude en ayuda de la virtud”.

La fealdad y la pobreza como fuentes de la virtud. La asistencia divina como recompensa a la humildad y el sometimiento al destino. En síntesis, el personaje que se comporta resignado en su humildad acabará siendo exaltado.

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La realidad en el cuento infantil no tiene límites, como tampoco tienen límites las ensoñaciones en la infancia. Los objetos se animan y los animales encarnan ciertos arquetipos de la humanidad que vuelven perdurables a estos relatos.

Tal vez las fábulas  infantiles más entrañables son las que se encuentran y confunden, en algún espacio común, en algún sueño común, con las fábulas que construye a su vez, cada niño, en su soledad.