Un enfoque naturalista de las plagas que azotaron a Egipto centra su causa en la lejana Etiopía. Sostiene que lluvias extraordinariamente fuertes arrastraron tierra roja desde los ríos que nacen allí y desembocan en el Nilo, dándole un color rojo y matando a los peces. Como consecuencia, las ranas huyeron del agua contaminada y su ausencia permitió el aumento desmedido de los piojos y moscas, la tercera y la cuarta plagas.

En esas circunstancias, la tierra estaba repleta de charcos de agua que se transformaron en fuente de microorganismos que mataron al ganado y produjeron úlceras en hombres y mujeres. Se postula que una cepa muy virulenta de ántrax prosperó en el pasto que alimentaba a las vacas mientras que otra menos nociva afectó la piel de los seres humanos.

Publicidad

El séptimo azote, el granizo, es un fenómeno poco común en la zona pero en los febreros muy fríos puede llegar a ocurrir y destruir toda la cosecha. Esta serie de desarreglos ambientales generaron la peste de langostas que destruyó la poca vegetación que quedaba en pie.

En noveno lugar llegaron las tinieblas, cuando una densa nube oscura cubrió toda la región al punto de no poder ver prácticamente nada y, por lo tanto, tener que permanecer en el lugar donde estaban. Se presentaron dos explicaciones principales para esta cuestión. Una menciona ciertos vientos estacionales que comienzan en abril y generan nieblas que tapan el sol por varios días, y la otra sostiene que la erupción de un volcán generó este fenómeno.

Publicidad

Sin embargo, la última y más terrible de las plagas desafía todo enfoque científico porque no es posible atribuir a una enfermedad natural la muerte selectiva de  los primogénitos de las familias egipcias.

El cruce del Mar Rojo, por su parte, podría haber sido causado por un cambio de mareas que los hebreos supieron aprovechar o por un maremoto, que siempre va precedido por una importante retirada de las aguas.