Esta semana vi una reportera negra: Ludy Caicedo, de Ecuavisa. Presentaba una nota sobre una familia que vive en la miseria, aunque ella casi no aparecía en la pantalla. ¿Por qué me llamó la atención? Traté de hacer memoria. Es verdad que en la televisión ecuatoriana no faltan figuras de raza negra, incluyendo animadores, actores, cantantes y modelos (tampoco es que sean muchos). Pero, ¿reporteros negros? Había una, en Teleamazonas, me parece que en el equipo guayaquileño de ‘30 minutos’. Y pare de contar.

Me refiero exclusivamente a los reporteros, porque creo que en ese rango encontramos un buen indicador de los niveles de integración que ofrecen los canales nacionales. Y cuando hablo de integración hablo de la posibilidad de aceptar con naturalidad la presencia del otro. Me explico: Richard Barker podrá ser todo lo estrella que ustedes quieran, pero una de las características de su personaje es la de exhibir su negritud como una condición especial. El resto de conductores de ‘Está clarito’ no pierde la oportunidad de embromarle (todo dentro de los límites de la corrección política) por ser negro. Él mismo no deja de hacerlo (yo, el negro; tú, el negro; negro tu destino; negra tu suerte), lo cual no tiene nada de malo, pero termina por volver explícita su diferencia y por presentárnosla no como algo que hemos de aceptar con naturalidad en la pantalla, sino como la gran excepción. Barker no es un animador cualquiera de ‘Está clarito’: es el negro.

Los reporteros de noticiario, en cambio, no son lo suficientemente estrellas como para aspirar a tanto. Ellos son los soldados rasos de la pantalla. No olvidemos que para calificar como reportero de televisión en este país se necesita lo mínimo.
Y ese mínimo se reduce a un único atributo: ser “televisivo”, palabra cargada de subjetividad que sintetiza el ideal de lo que la televisión entiende por agradable (o simplemente pasable) a la vista y al oído, queriendo decir por agradable al oído que vocalicen bien y no tengan voz de tarro, no necesariamente que hablen con propiedad. Los reporteros pueden ser una nulidad en materia de periodismo, lenguaje y conocimientos generales. No importa. Lo suyo es lo televisivo en el nivel más básico. Pues bien: en ese nivel básico de televisibilidad, los negros (con la reciente excepción de Ludy Caicedo) no existen. De los indios, mejor ni hablemos.

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Sí, claro, está Freddy Ehlers, que bien puede preciarse de tener en su equipo de animadores a mujeres de todas las razas de la patria. Pero lo suyo es algo así como una cuota. Más exactamente: un alarde. Sus animadoras negras e indias no están ahí por ser buenas animadoras (de hecho no lo son) sino por ser negras o indias. Hace poco escribí que, cada vez que la televisión ecuatoriana pone a un homosexual ante las cámaras, lo que quiere es que se note. Pues lo mismo.

Por contraste, miremos lo que ocurre en las televisiones europeas. Televisión Española, por ejemplo, o la francesa TV5, donde conductores y reporteros de todos los humanos colores se han multiplicado como hongos en los últimos años.
Están ahí, en la pantalla, como podría estarlo cualquier otro. Nadie les dice oye negro, negro tu destino, negra tu suerte. Nadie les embroma ni se embroman a sí mismos por ser negros, o chinos,  o indios. A nadie se le ocurriría. Simplemente, son animadores o reporteros. Como Ludy Caicedo, no como Barker. Integración con naturalidad, sin alardes. Pero, ¿que no éramos nosotros los multiétnicos y pluriculturales? ¿No era esa la característica con la que buscábamos atraer a los turistas? Pues, ahora resulta que multiétnicos y pluriculturales son todos, hasta los europeos, que tan blancos nos parecían. Globalización es eso –no el TLC–, pero nosotros seguimos dormidos sobre nuestros prejuicios, dormidos sobre nuestro raquítico concepto de lo televisivo.

No he podido olvidar un mal chiste de Oswaldo Segura que vi en alguno de sus programas –retorciéndome del asco, debo decirlo– hace tres o cuatro años. Él era un emigrante clandestino que quería viajar ilegalmente a la Yoni en un barco de carga, y buscaba lugar en uno de los varios contenedores que el coyote le ofrecía. El primero estaba lleno de negros y Segura salió a los 10 segundos, indignado porque le habían robado la billetera; el segundo iba con indios, y Segura no pudo ni entrar, porque el mal olor le producía asfixia. Este tipo de humor es de lo más normal en nuestros canales. Así, mientras los blancos y rubios europeos aprenden a convivir con otras razas, nosotros, multiétnicos y pluriculturales como nos proclamamos, aceptamos una televisión que hace alarde del peor de los racismos. Y seguimos esperando a la rubia de ojos azules que nos lea las noticias.

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raguilarandrade@yahoo.com

 

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