Ante el abandono de esta parroquia, áreas que antes eran pastizales ahora son focos de insalubridad.

En la parroquia José Luis Tamayo, de salinas, conocida como Muey, las albarradas, o reservorios de aguas lluvias, son referentes de tiempos mejores.

Tiempos en los que este lugar representaba un oasis en medio del clima seco de la península de Santa Elena.
“Curiosamente, Muey significa oasis en árabe”, dice Jorge Yagual, vicepresidente de la junta parroquial. “Acá venían las vacas a pastar, las vacas de los extranjeros de la refinería de La Libertad. Muey le daba agua a toda la Península”. El clásico sector de Rancho Alegre, siempre verde en otros tiempos, daba pasto a ese ganado extranjero en cualquier época del año, recuerda Jacinto Cruz.

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Hoy el panorama luce diferente. La historia de las albarradas quedó escondida debajo de basura y escombros de invasiones, mientras Muey pide al Municipio de Salinas el rescate de los cuatro reservorios de aguas lluvias que le quedan. Doce mil personas nativas o residentes en esta parroquia viven entre problemas de salubridad y falta de alcantarillado.

El agua de los reservorios, diseñados en la era prehispánica, según refieren sus moradores, era limpia y dulce y se la cargaba a otros lugares en pipas y luego a lomo de burro.
Ahora hay letrinas y pozos sépticos que desembocan en los alrededores de las antiguas albarradas.

Sin embargo, Muey, a pocos kilómetros del bullicio del malecón de Chipipe y San Lorenzo y “de la ciudad que parece emigrar a la playa”, como afirma Yagual, se ha vuelto un espacio para la tranquilidad  77 años después de su creación.

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Los nombres de sus barrios reflejan la diferencia radical entre lo antiguo y lo moderno: los tradicionales Centenario, Rocafuerte, Nueve de Octubre con sus bares y su comercio informal; y los refugios de turistas que buscan en Muey solo un sitio para descansar cuando están exhaustos de Salinas y La Libertad: Santa Paula, Carolina, Puerta del Sol, Costa de Oro, Brisas de Mar, Arena y Sol, entre otros.

La playa de Costa de Oro le pertenece también a Muey. A 20 minutos a pie, viniendo desde el centro, uno se encuentra con las rocas de ese balneario ideal para una caminata.

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Las noches de Muey son alegres. Hay bailes populares cada viernes y en sus calles se  ofrece tripa de cerdo, seco de chivo, caldo de salchicha. El olor de las pampas salineras cercanas invade las viviendas en los atardeceres.

Mientras tanto, la historia de las albarradas, las pipas de agua y la época de fama de Muey van quedando atrás. A la parroquia le preocupan, más que impulsar un proyecto turístico para rescatar su historia, la ausencia de asfaltado en las calles, el agua potable, y la seguridad ciudadana. “No hay destacamento de Policía, no hay suficiente señalización y necesitamos con urgencia atención de casas de salud cercanas”, concluye Yagual.