El arzobispo de Génova, Tarcisio Bertone, dijo ayer que la monja portuguesa Lucía deja una “herencia espiritual”, consistente en “la santificación de la propia vida, la oración y la penitencia”.

Bertone, enviado especial del Papa al entierro de la religiosa, que tuvo lugar ayer en Coimbra, declaró a radio Vaticana que el atentado que Juan Pablo II sufrió el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro une al Pontífice con sor Lucía.

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Sor Lucía de Jesús, que falleció el domingo pasado a los 97 años de edad, “fue una persona luminosa, llena de alegría. Una mujer excepcional y sencilla y depositaria de una gran esperanza para la humanidad”, según el enviado papal, para quien el ejemplo de la religiosa es “una ayuda que puede transformar el corazón de los hombres de todas las épocas para la salvación del mundo”.