Los técnicos evalúan el riesgo de derrumbe del esqueleto calcinado de 106 metros de altura del rascacielos "Windsor", situado en pleno centro financiero de Madrid, cuya actividad permanece casi paralizada.
Por segundo día consecutivo, el tráfico rodado y las comunicaciones ferroviarias se han visto afectadas por el perímetro de seguridad impuesto en torno al edificio incendiado el pasado domingo, aunque no se ha llegado al colapso sufrido ayer en gran parte de la ciudad.
El rascacielos se ubica junto al Paseo de la Castellana, una de las principales vías que recorre la ciudad de norte a sur, y sobre un importante nudo ferroviario y del suburbano, con conexiones de tres líneas de metro, que poco a poco recuperan su pulso cotidiano.
Bajo la sombra del ennegrecido esqueleto, más de una veintena de bomberos vigilan la estructura, a cuyo interior no podrán acceder hasta el miércoles, una vez se haya enfriado el amasijo de hierros en el que ha quedado convertido el que fuera uno de los rascacielos emblemáticos de Madrid.
El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, anunció que la demolición del edificio es irreversible, aunque supondrá un importante reto para los técnicos españoles que no cuentan con antecedentes en derribos controlados de esta magnitud.
Según apuntan hoy diversos medios de comunicación en España, la demolición del "Windsor" costará más de 25 millones de dólares, se prolongará por espacio de casi un año y deberá hacerse bajo unas estrictas medidas de seguridad, dado el emplazamiento estratégico del ruinoso edificio.
La estructura del rascacielos está unida a la de uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad y se asienta sobre un entramado de túneles a varios niveles, conocidos como "Azca", desde los que se acceden a los aparcamientos de los edificios vecinos al "Windsor".
Por ello y tras descartar una demolición controlada con explosivos, el desmontaje de la estructura se realizará por fases, comenzando por la parte de arriba del edificio y de forma "casi manual".
Además del derribo, las autoridades tratan también de analizar las causas que provocaron el siniestro, supuestamente un cortocircuito, y si la actuación de los bomberos fue la adecuada.
Los servicios de extinción de incendios insisten en que se les avisó demasiado tarde, mientras desde diversas fuentes se asegura que el rascacielos, que estaba sometido a un proceso de reestructuración, no contaba con sistema de emergencia para un suceso así.
Precisamente, el proceso de remodelación al que era sometido el edificio, construido en los años 70, incluía su adecuación a las normas de seguridad actuales, lo que implicaba la instalación de un sistema de extinción de fuegos en cada una de sus treinta y una plantas.
La desaparición de este edificio y la paralización de la actividad en otros vecinos ha provocado que decenas de miles de trabajadores no puedan acudir a sus puestos de trabajo, lo que también originará pérdidas millonarias para muchas empresas.
La auditora internacional Deloitte, que ocupaba veinte plantas en el "Windsor", ha reubicado ya al millar de empleados que trabajan en este edificio en otros inmuebles.
El Ayuntamiento de Madrid también ha cedido oficinas y locales a otras empresas más pequeñas afectadas por el siniestro para que puedan reanudar su actividad.
El rascacielos, de cuyos daños tendrán que responder dos importantes aseguradoras, estaba valorado en casi cien millones de dólares y pertenecía a una conocida familia española que gestiona otros inmuebles en la capital.
El silencio que rodea desde el domingo a esta zona de Madrid, habitualmente colapsada por el tráfico y el trasiego de ciudadanos, sólo se rompe con los sonidos de las cámaras fotográficas de los cientos de curiosos que se acercan a la zona para inmortalizar el "esqueleto" de este coloso ahora destruido.