“Mamá, mamá, ven a ver la propaganda del homosexual”, dice el niño de 7 años, hijo de una amiga mía, cada vez que pasan por televisión la propaganda de champú Sedal con guaraná. Ya saben, esa en que la chica universitaria, deseosa de atraer la atención del apuesto joven que la tiene flechada, recurre a los milagrosos poderes vigorizantes del tónico capilar de marras solo para descubrir, cuando finalmente lo logra, que el susodicho pertenece, oh decepción, al otro equipo. Es decir, al suyo propio.