“Mamá, mamá, ven a ver la propaganda del homosexual”, dice el niño de 7 años, hijo de una amiga mía, cada vez que pasan por televisión la propaganda de champú Sedal con guaraná. Ya saben, esa en que la chica universitaria, deseosa de atraer la atención del apuesto joven que la tiene flechada, recurre a los milagrosos poderes vigorizantes del tónico capilar de marras solo para descubrir, cuando finalmente lo logra, que el susodicho pertenece, oh decepción, al otro equipo. Es decir, al suyo propio.

A tan temprana edad, el hijo de mi amiga sabe reconocer perfectamente a un homosexual cuando lo mira. A un homosexual de televisión, digo, de esos que exageran las maneras para que se note (porque eso es lo que quiere la televisión cada vez que pone a un homosexual ante las cámaras: que se note). Sabe reconocerlo y lo encuentra de lo más normal, lo cual me parece muy bien. Por eso me causa tanta risa cuando los miembros de la federación internacional de mojigatos de armas tomar rasgan sus vestiduras ante la nueva perversión que dicen haber descubierto en la pantalla: las depravadas inclinaciones sexuales de Bob Esponja.

O sea que el divertido invertebrado acuático, su amigo estrella de mar y el no menos simpático Calamardo pertenecen al mismo club que los Teletubies, por no hablar de Batman y Robin. Según los mojigatos de armas tomar, esas sospechosas amistades entre ejemplares del mismo sexo no conducen a nada bueno y solo pueden obedecer a los planes de viciosos dibujantes que buscan sodomizar el planeta empezando por los niños.

Publicidad

Se necesita una mentalidad demasiado retorcida para encontrar inclinaciones sexuales (cualesquiera que estas sean) en una esponja. Quiero decir, hay que estar pensando en sexo todo el día. Porque hasta un niño de 7 años se da cuenta que Bob Esponja, a diferencia del joven de la propaganda de Sedal con guaraná, no tiene genitales.