La muestra se exhibe en la galería Mirador de la entidad superior. El ingreso es de lunes a viernes, desde las 09h00 hasta las 17h00.  Permanecerá abierta hasta el 12 de febrero.

Tiene 59 años y lo cuenta  sin titubear. De ellos, 28 los ha vivido en Manta (Manabí).

La pintora Jacqueline Simon de Munizaga habita en el barrio Umiña de esta ciudad costera. Ciudad que la cautivó. Fue un amor a primera vista.

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Las casas de caña y las tejedoras de paja toquilla que se encontraban en los alrededores de Manta la enamoraron y se convirtieron en sus “musas”.  La artista optó –entonces– por dedicarse a pintar “única y exclusivamente” mediante esta  técnica (plumilla), debido a que estas casas “se expresan muy bien con la plumilla”.

Cada vez que Jacqueline pinta una, traza rayas tan finas con las que puede llegar a los lugares más recónditos del dibujo, como unas complicadas hendijas.

Ahora, treinta y tres de sus obras se exhiben –por primera vez en Guayaquil en una exposición individual– en la galería Mirador de la Universidad Católica de Guayaquil.

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Ella ha realizado en total 22 muestras, dentro y fuera del país. Pero esta última no solo recoge casas de caña. Otros dibujos guindan de las paredes de la galería.

Son todos temas relacionados con Ecuador. Animales de Galápagos, de las costas de Manabí... El ambiente marino es otro de sus diseños preferidos. Le encanta pintar veleros,  y   el mar  forma parte de sus pasiones.

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También se ha basado en fotos para dibujar: con una antigua pintó a los balseros del Guayas y con una moderna,   la escalinata del cerro Santa Ana.

Las plumillas no son la única afición de Jacqueline Simon. Ella posee una amplia trayectoria profesional. Nació en la ciudad de Fave, Francia. Es hija de padre alemán (Fred Simon) y madre francesa (Suzanne Plat), pero llegó a Ecuador a la edad de 4 años. Quito fue su primera morada.

Recibió clases de dibujo en la escuela de Tulpa, del Opus Dei. Luego tuvo clases particulares. Es así como sus recuerdos se trasladan a la época estudiantil y empieza a visualizar a su entrañable profesora, la pintora Piedad Paredes Álvarez, de quien aprendió las técnicas de carboncillo, acuarela, óleo, pastel y tinta.

Sin embargo, su juventud no solo estuvo rodeada de pintura, sino también de tubos de ensayo: estudió Tecnología Médica y se convirtió en laboratorista.

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Ejerció durante tres años la profesión, pero luego se desilusionó. Se dio cuenta que era mal remunerada. Y quedó solo en su hoja de vida. 

El dinero que ganaba no le alcanzaba para mantener a su familia. Ella ya había formado su hogar con Gustavo Munizaga, con quien procreó dos niñas: Paola y Gabriela.

Aparte de la faceta de madre, una nueva empieza a formarse cuando el turismo le toca la puerta a Simon. Trabaja como guía de una agencia de viajes –maneja a la perfección el inglés y francés– durante doce años.  “Ironías de la vida, ganaba más como guía que como laboratorista”.

Durante sus recorridos, frecuentaba mucho el Museo del Banco Central con los visitantes extranjeros. Allí da un nuevo salto profesional: le proponen trabajar como guía de la entidad cultural del Central. Tiempo después se convierte en jefa de la Reserva Arqueológica y de alguna forma hace realidad su sueño de toda la vida: ser arqueóloga.

Dos años más tarde –en 1970– se muda a Manta, funda el Museo del Banco Central y la nombran directora de toda el área cultural, cargo que ejerció por 20 años.

A Jacqueline Simon le gusta pintar en su casa, ambientada con música clásica, Mozart a la cabeza, o new age. Prefiere hacerlo en blanco y negro, por ello decidió inclinarse por la tinta china y aplicar la técnica de la plumilla.

Estos tipos de dibujos, dice,  tienen más pureza, no hay el artífice del color, se dimensiona más la profundidad y, lo principal, exige más. “Porque una gota de tinta extra, no te da lugar a borrar. Debes repetir”.