En el cantor de tangos, la última novela del escritor Tomás Eloy Martínez, su autor analiza la situación política de Argentina, un país con predominio del peronismo y donde no se olvida la muerte en manos de la violencia política.

¿Qué fue a buscar a Buenos Aires Tomás Eloy Martínez, bajo la identidad de Bruno Cadogan, el protagonista de su última novela El cantor de Tango?

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¿Fue a buscar el aleph, ese punto luminoso sobre el escalón diecinueve de un sótano en la calle Garay, el aleph de Jorge Luis Borges en el que es posible mirar cuanto ocurre en el universo?

¿Fue a buscar a un cantor de tangos?

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¿Fue en pos de su propia memoria: Buenos Aires?

Lo cierto es que al momento de alcanzar el aleph, la casa de la calle Garay fue derruida.

Al cantor, un tal Julio Martel, un contrahecho que caminaba como una langosta y llevaba a cuestas todas las enfermedades imaginables, luego de buscarlo a lo largo de doscientas cuarenta páginas, Bruno Cadogan solo pudo escucharle un verso cantado con un hilo de voz al momento de morir: “Buenos Aires, cuando lejos me vi”.

Poseedor de una voz que, entonada en la recoleta del cementerio ante un público anónimo “se infiltraba por las ventanas y bañaba para siempre sus cuerpos con un tango cuyo lenguaje no entendían ni habían oído jamás, pero que reconocían como si les viniera de una vida interior... Una voz que parecía contener miles de otras voces dolientes”.

Julio Martel es un cantor que “te sume en el drama de lo que está cantando como si fuera los actores, la escenografía, el director y la música de una película desdichada”.

Buenos Aires fue un laberinto, el más grande laberinto del mundo, en el que Tomás Eloy Martínez, alias Bruno Cadogan, se perdió en el profundo secreto y la incertidumbre de sus calles, plazas y acueductos, contenidas en los cuentos de Borges, en el Informe de ciegos de Ernesto Sábato o en el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Buenos Aires, cuya “única belleza es la que le atribuye la imaginación humana... Solo una ciudad que ha renegado tanto de la belleza puede tener, aun en la adversidad, una belleza tan sobrecogedora”.

Finalmente, si Tomás Eloy Martínez fue en búsqueda de su propio ser, se encontró en la ciudad con el más desolado de cuantos personajes le habitan, sin saber siquiera dónde estaba su cuerpo, porque “el pasado se instalaba en él con la fuerza del presente”; y en medio de una historia política dramática que la novela va reconociendo episodio tras episodio, pasando por la despiadada dictadura de los años setenta y culminando en el derrocamiento de Fernando de la Rúa.

Un retorno a su propia memoria que ya anunció el tango: “Tengo miedo del encuentro/ con el pasado que vuelve/ a enfrentarse con mi vida”.

En esta novela, Martínez retoma lo que ha sido el mayor de sus universos literarios: la Argentina y el Buenos Aires habitado por el peronismo y ensombrecido por la muerte en manos de la violencia política. Al extremo que el contrahecho y enigmático Julio Martel renuncia a cantar en el teatro o el cabaré, para recorrer la ciudad rindiendo homenaje con sus viejos tangos, a quienes desde hacía más de un siglo, habían sido víctimas de asesinatos que quedaron impunes, porque “sabía que el pasado se mantiene intacto en alguna parte, en forma no de presente sino de eternidad”.

En la Argentina, afirma la novela, existe la costumbre, ya secular, de suprimir de la historia todos los hechos que contradicen las ideas oficiales sobre la grandeza del país. No hay héroes impuros ni guerras perdidas. Borges escribió en 1972 que la gente se acordaba de Evita solo porque “los diarios cometían la estupidez de seguir nombrándola”.

El cantor de tangos (2004) es una obra que recoge el aliento alcanzado en La novela de Perón (1985) o Santa Evita (1995), dos textos fundamentales de Tomás Eloy Martínez. Una novela que intenta ser la expresión simultánea de un rencor y una reconciliación con la ciudad de Buenos Aires y sus gentes, y que se lee casi de un tirón.

Al interior del relato, el autor inserta tres o cuatro historias emblemáticas que reconstruyen el escenario propicio para los enigmas de Jorge Luis Borges, al tiempo que las inútiles búsquedas de Julio Martel y del tango, del aleph de Borges y de la ciudad de Buenos Aires hilvanan, como un interminable tejido de Ariadna, el conjunto de la obra, hasta conducir al protagonista, un estudiante norteamericano detrás del cual se esconde el propio autor residente en Nueva Jersey (Estados Unidos), a un grado extremo de desamparo. Una búsqueda que Bruno Cadogan realizará de la mano de un joven marginal que acabará de alcahuete del poder político, de un bibliotecario loco que al pie del sótano que contiene el aleph arma por fragmentos la enciclopedia de Argentina y la compañera de Julio Martel a la que el protagonista tratará de acogerse al pie de la derrota final.