Todo el  mundo entiende lo que significa comportarse de manera quijotesca o ser un  Sancho Panza o la Dulcinea de alguien.

Obra fundadora de la literatura moderna, Don Quijote,  de cuya primera publicación se cumplirán 400 años mañana, es un clásico  entre los clásicos porque su universalidad hace que siga siendo una obra  actual, que siga dialogando con el lector del siglo XXI.
 
Los especialistas son unánimes: si se excluye la Biblia, no hay libro que  tenga más presencia en la vida de todos los días.     Para todo el mundo, en todos los idiomas, “el Quijote evoca algo y se  recuerda alguno de sus episodios, como el de los molinos de viento”. Y todo el  mundo entiende lo que significa comportarse de manera quijotesca o ser un  Sancho Panza o la Dulcinea de alguien, dice Agustín  Redondo, catedrático emérito de la Universidad de París y presidente de la  Asociación Internacional de Hispanistas.
 
Aún más, ¿quién tiene una estatuilla con la imagen de Edipo, un cenicero con  la de Orlando el Furioso o una jabonera con la de Lady Macbeth? ¿Alguien ha  visto a Ana Karenina en azulejos de baño, o sujetapapeles con los hermanos  Karamazov?
 
“¿Cuántas de estas figuras de la literatura reconoceríamos a primera vista  sin que nos dijeran de quién se trata?”, plantea José Manuel Martín Morán,  profesor de la Universidad de Piamonte en Milán, que participó esta semana en  París en un coloquio sobre la obra de Miguel de Cervantes.
 
A Don Quijote se lo puede ver en todo tipo de objetos y se lo identifica  inmediatamente.    ¿Cómo se explica esa universalidad, esa presencia en la imaginería popular  y el hecho de que El Quijote sigue siendo uno de los libros más leídos del  mundo?
 
“El Quijote es hoy un texto con el cual todos podemos dialogar. Un texto  escrito en el siglo XVII, pero que contesta a una serie de preocupaciones de la  época actual, que se amolda a los códigos culturales que nosotros tenemos”,  responde Redondo.
 
Están en él problemas de total actualidad, como “la lectura y la censura,  lo que significa el buen gobierno y la justicia y la cuestión de la alteridad y  la convivencia”, problema candente en nuestros países de fuerte inmigración.
 
Don Quijote es la primera novela moderna “porque rompe con todos los  cánones y es al mismo tiempo un crisol en el que todos los géneros anteriores  vienen a remodelarse, es un proceso muy complejo de intertextualidad”, explica  Redondo.
 
En la literatura actual, su influencia sigue siendo grande. En toda la  literatura latinoamericana, de Gabriel García Márquez a Carlos Fuentes, pasando  por Augusto Roa Bastos. En la literatura española, basta citar a Francisco  Ayala. “Son casos llamativos de compenetración con la obra de Cervantes”, dice  Redondo.
 
Pero no solo en el mundo hispánico. “En la literatura francesa, alguien que ha hecho una lectura muy profunda  del Quijote es Gustave Flauvert. ¿Qué es Madame Bovary? Es una especie de Quijote femenimo, vive, transporta a la realidad, lo que los libros le  proporcionan. Claro que no lucha de la misma manera pero, como en la obra de  Cervantes, se trata de la proyección de la literatura en la vida, y eso es lo  que le da la fuerza vital para poder ir más allá”, sostiene.

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Don Quijote y Sancho Panza constituyen un complejo mítico que va mucho más  allá de España y de Europa, que es universal y atemporal.

Sus imágenes remiten a la esencia humana. Cada uno de nosotros tiene algo  de Sancho Panza, práctico y prosaico, pero también cada uno de nosotros  proyecta en la imagen del Ingenioso Hidalgo esa parte de imaginación, de ideal,  de utopía o de sueño, sin la cual la vida sería imposible.