Entre monigotes, petardos, camaretas, cohetes y rosas chinas han transcurrido diez años de la vida comercial de los hermanos William y Walter Guamán, de 25 y 30 años respectivamente. En su puesto de venta de estos productos, ubicado en la explanada del estadio Modelo en Guayaquil, ambos reflexionan sobre el expendio de los diablillos en la ciudad. “Nosotros no vendemos eso porque no es legal y ya han causado muchas muertes. Es que uno no sabe a quién vende las cosas”, señalan. En tiendas y lugares clandestinos, cada diablillo cuesta cinco centavos de dólar y un cuaderno con hojas de tamaño universitario, cada una con una docena de este producto, de cinco a ocho dólares.
Según el artículo 29 del Código de la Salud, “la tenencia, producción, importación, expendio, transporte, distribución, utilización y eliminación de las sustancias tóxicas y productos de carácter corrosivo o irritante, inflamable o comburente, explosivas o radiactivas, que constituyan un peligro para la salud, deben realizarse en condiciones sanitarias que eliminen tal riesgo y sujetarse al control y exigencias del reglamento pertinente”.
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La ley agrega, “particularmente se prohíbe la elaboración, expendio y uso de los llamados diablillos y de los petardos, buscapiés, camaretas y demás artefactos pirotécnicos peligrosos”.