Entre monigotes, petardos, camaretas, cohetes y rosas chinas han transcurrido diez años de la vida comercial de los hermanos William y Walter Guamán, de 25 y 30 años respectivamente. En su puesto de venta de estos productos, ubicado en la explanada del estadio Modelo en Guayaquil, ambos reflexionan sobre el expendio de los diablillos en la ciudad. “Nosotros no vendemos eso porque no es legal y ya han causado muchas muertes. Es que uno no sabe a quién vende las cosas”, señalan. En tiendas y lugares clandestinos, cada diablillo cuesta cinco centavos de dólar y un cuaderno con hojas de tamaño universitario, cada una con una docena de este producto, de cinco a ocho dólares.