El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, celebró su segunda Navidad en el poder con la economía boyante, como nunca en la última década, pero con la deuda social intacta y un gobierno cada día más escorado a la derecha.

Todos los indicadores económicos de Brasil terminan este año en picos que han ido más allá de lo que tanto el gobierno como los analistas independientes vaticinaban, en buena medida gracias a una agresiva política exterior que ha tenido al propio Lula como punta de lanza.

El crecimiento económico deberá ser en torno al 5% del Producto Interno Bruto (PIB), con una inflación controlada cerca del 7% y el precio del dólar en unos 2,70 reales, cuando ese valor se aproximaba a los 4 reales hace dos años, cuando Lula llegó al poder.

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La tasa de riesgo del país ha caído a unos 450 puntos contra los 2.000 enteros que tenía en el 2002 y la balanza comercial se prevé que alcanzará un superávit de 33.000 millones de dólares, que suponen un récord histórico para el comercio exterior brasileño.

Lo que no se ha movido es la deuda social del país, que salvo una mejoría en el empleo no tiene mucho más que mostrar, pese a que se trata de uno de los flancos que más interesan al gobierno de Lula.

Según cifras oficiales, en el año que acaba fueron creados 1,8 millones de puestos de trabajo formales, la mayor cantidad en doce meses desde 1993, y la tasa de desempleo ha caído ligeramente, hasta alrededor del 10%.

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Sin embargo, este año también se ha denunciado, y el gobierno lo ha aceptado, que los programas sociales instaurados por Lula no terminan de despegar.

A fines del 2003, cuando cumplía un año en el poder, Lula sustituyó a la mayoría de los miembros de su equipo en el área social, para intentar dinamizar la lucha contra las carencias que sufren al menos 50 millones de brasileños.

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Una excesiva y compleja burocracia y hasta sospechas de corrupción se han combinado para minar el camino del cambio social prometido y fuentes políticas dicen que Lula prepara otra serie de cambios en los primeros escalones de los ministerios que deben atender a los más necesitados.

Según fuentes cercanas a Lula y a su Partido de los Trabajadores (PT), el año 2005 traerá una reforma de Gabinete que dará espacios mayores a partidos del espectro de centroderecha y terminará de ensombrecer la cada vez más débil aureola de izquierda que rodea al presidente.

Analistas políticos sostienen que el jefe de Estado pretende con esos cambios ampliar su piso electoral, pensando ya en una posible reelección en el 2006, y recomponer su base en el Parlamento, donde no le ha ido bien este año.

Si en el primer año de gobierno, en el 2003, Lula consiguió que el Congreso apruebe unas polémicas reformas a los sistemas de seguridad social y tributario, en el 2004 no logró apoyo para otras propuestas.

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Pendientes de aprobación para el 2005 quedan un proyecto de ley Participación Pública Privada, que fomentará inversiones y una complicada reforma política que este año ni siquiera llegó a presentar.