Cada vez más  ávido por reciclar éxitos ajenos, Hollywood apresura el ritmo para enfrentar nuevas versiones o remakes de filmes sobre los cuales vislumbra buena proyección, obviamente con previo ajuste a los gustos del público norteamericano, recurriendo a juegos almibarados y moralejas localistas. Es el caso de ¿Bailamos? (Shall we dance?), flamante adaptación de una popular película japonesa del mismo nombre, rodada en 1995.

Tanto en la celebrada cinta de Masayuki Sao como en esta entrega dirigida por el británico Peter Chelsom (Serendipity) el punto de partida es casi el mismo: El maduro y apuesto John (Richard Gere) es un exitoso abogado al que la vida le sonríe. Es dichoso con su esposa (Susan Sarandon) y sus dos magníficos hijos, y se ha labrado una trayectoria profesional sin altibajos.

Sin embargo, sus días se han vuelto rutinarios y su familia está siempre muy ocupada para dedicarle tiempo. Una noche, desde los vagones del metro que toma cada día para volver a casa, se fija en un cartel luminoso que indica la existencia allí de una academia de baile.

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Mirada melancólica
Lo que más le llama la atención es Paulina (Jennifer López), una mujer con mirada melancólica a quien ve asomada en la ventana. Intrigado, John decide bajarse para conocerla y se inscribe en la academia.

Termina así sumergiéndose en un mundo desconocido para él, pero lo sorprende descubrir en este rincón, movimiento, música, amistad y pasión. Y, por supuesto, a Paulina, la atractiva y sensual profesora, que se muestra poco disponible para él ni para nadie después de una desaventura amorosa, pero que al mismo tiempo le enseña los secretos de los ritmos musicales. Esos ritmos que, con cada una de sus notas le devolverán al adormecido espíritu de John el renovado deleite de la vida.

Las comparaciones, aunque siempre resultan odiosas, son, en este caso, legítimas. Ante la precisión y tono poético que poseía la cinta de Suo, en este remake se entrevén los artificios del cine norteamericano puestos al servicio de este entramado cálido e intimista que siempre sobresale aquí más por lo visual que por la profundidad.
El realizador aceptó el desafío de plasmar en la gran pantalla esta nueva versión y no se alejó demasiado del rumbo para narrar con diligencia esta historia optimista y sencilla, coloreada de una moraleja tierna y sentimental.

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Así, los matices que diferencian ambas propuestas tienen que ver no tanto con la puesta en escena de esta película, cuanto del enfoque: aquí no se trata tanto de bucear en la relación entre Gere y López, que es casi tangencial al tema central del filme, sino en mostrar el camino que llevará al aburrido abogado a reemprender la vuelta al hogar. Vemos cómo la monotonía de John se funde con la soledad de Paulina, a la que López sabe sacar buen partido de su personaje (las escenas en las que aparece son hechas para lucimiento suyo), y ambos, al compás de tangos, temas tropicales o movedizos, danzan en pos de dar un nuevo sentido a sus destinos. Igual de notables fueron los esfuerzos de Sarandon, como una desconcertada esposa frente a los cambios de ánimo de su marido, y de Stanley Tucci, en un personaje caricaturesco al que el actor aporta indudable credibilidad.

No obstante, el toque de Hollywood no logró felizmente borrar el mágico encanto de aquel filme japonés, ahora trasladado, con excelente coreografía y perfecta ambientación, a una Chicago actual por cuyas calles deambulan muchos hombres como John, siempre dispuestos a hacer frente a su fatiga diaria y a su casi cruel tedio.

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