Después de cientos de investigaciones, ya muy pocos discuten que la leyenda bíblica encierra muchas verdades. Existen testimonios, documentos y pruebas atrapados en la cima helada del Monte Ararat.

La historia del Arca de Noé es fascinante y esto no sólo se debe a la belleza del relato sino que encierra uno de los mayores misterios de la humanidad: la existencia de Dios o, al menos, de los fenómenos sobrenaturales. Existen tantas pruebas en favor de su veracidad como en contra. Mientras que los creacionistas no pueden explicar científicamente ciertos episodios de esta leyenda narrada en La Biblia, los investigadores más escépticos tampoco tienen argumentos para rebatir documentos, testimonios y hasta muestras de antigua data que probarían, al menos, que hubo un diluvio de tal magnitud que sólo unos pocos se salvaron. El último indicio fue la aparición de fotografías tomadas por aviones espías U-2 que la CIA mantuvo ocultas y que mostrarían la presencia de restos de un barco gigante en la cima eternamente congelada del Monte Ararat.

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Para empezar a descifrar los problemas que presenta el relato para su aceptación teórica, es necesario saber que existen muchas versiones de esta historia, pero que todas coinciden en el siguiente lineamiento: una o varias deidades desencadenan un diluvio que destruye el mundo, pero un hombre justo es advertido de antemano y construye una nave en la que sobrevive junto a su familia. En cuanto las aguas bajan, el mundo sigue existiendo y vuelve a poblarse. El hombre, según la versión bíblica era Noé, que en ese momento, cuando Dios le encomienda la tarea de juntar una pareja de cada especie animal, tenía nada menos que 600 años.

De acuerdo con los datos cronológicos del Génesis, el Diluvio Universal habría tenido lugar cerca del 2400 a.C., aproximadamente al mismo tiempo en que se construían las Pirámides de Egipto, lo que resulta inverosímil. Pero, además, ningún registro histórico de esa época de culturas tan importantes como la de los egipcios, fenicios, chinos o griegos, menciona un evento similar, por el cual se haya extinguido alguna civilización. Es por todo esto que la hipótesis más aceptada es la que atribuye esta leyenda a la inundación que hubo en la Mesopotamia en la época de los sumerios (2500-2000 a.C). Por supuesto, la masa de agua no habría cubierto todo el planeta, sino una porción bastante extensa de Oriente Medio. En 1929, el arqueólogo inglés sir Charles Leonard Woolley informó que había descubierto capas de agua sedimentada de 10 pies de profundidad durante unas excavaciones cerca del río Éufrates, pero esa fue la única zona donde se halló evidencia de una inundación muy antigua.

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La última teoría en este sentido fue esgrimida en la revista Science, en 1998, por un grupo de científicos que presentó pruebas convincentes ante la Unión de Geofísica de los Estados Unidos de que la creación del Mar Negro no fue, como se pensaba hasta ahora, un proceso gradual, sino producto de una catástrofe repentina. Para William Ryan y Walter Pitman, autores de la investigación, hace 7.500 años tuvo lugar una inundación de tal magnitud que pudo haber quedado reflejada en las historias del Diluvio Universal.

En 1974, un satélite ya había obtenido una imagen muy similar a la que ahora dicen tener las autoridades militares de los Estados Unidos. También el investigador Charles Berlitz, quien escribió En busca del Arca de Noé, contaba que en Turquía Oriental, al norte de la meseta de Anatolia, el monte Ararat guardaba en sus cumbres un gigantesco objeto de fabricación humana y de incalculable antigüedad que, durante algunas temporadas, podía verse bajo el hielo. Beroso, un sacerdote babilónico del siglo III a.C., afirmaba que la gente subía al monte para recoger restos del arca y confeccionarse amuletos mágicos. El historiador judío, Flavio Josefo, aceptaba la existencia de los restos del arca, mientras que Epifanio, el obispo de Salamina en el siglo IV, aseguraba que “hasta hoy en día se muestran los trozos del Arca de Noé en el país de los kurdos”. Más recientemente, Marco Polo escribía que en la época de sus viajes reposaba el arca en una gran montaña siempre cubierta de nieve. En 1883, el gobierno turco debió enviar una expedición a la cima del Ararat para evaluar los daños causados por un terremoto. El equipo de expertos, a su vuelta, aseguró haber encontrado “una especie de navío al descubierto, emergiendo de un glaciar”.

Tantas versiones coincidentes obligaron al intrépido Ferdinand Navarra a subir al Ararat para buscar los supuestos restos del Arca. En sus dos primeros intentos, 1952 y 1953, fracasó, pero esto no fue impedimento para volver a intentarlo. En junio de 1955, efectuó su tercera expedición junto a su hijo. Después de días terribles de búsqueda, hallaron en una grieta profunda y congelada un trozo de un madero de metro y medio de largo que, según sus dichos, continuaba hacia el fondo de la montaña.

La madera fue analizada por el Departamento de Anatomía de la Madera del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias de los Estados Unidos, que en su informe asegura que procede de un árbol tipo roble llamado Quercus Pedunculata Ehrh, que se encuentra en período de fosilización, llamado “lignito”, y que su edad, datada por prueba de carbono 14, es de unos 5 mil años de antigüedad, aproximadamente. Por ahora, hay muchas preguntas sin respuesta.

Para informarse más sobre este tema, vea Noé y el  diluvio, el miércoles 22 de diciembre a las  9 p.m. en Discovery Channel.