El actor mexicano, que lleva quince años en el mundo del cine y con 27 filmes a su haber, cuenta las arduas horas que invirtió para interpretar al violador de ‘Crónicas’, cinta que mañana se estrenará en el país.
Las calles de Guayaquil se convirtieron en su primer escenario. Caminaba por el mercado Pedro Pablo Gómez entre un grupo heterogéneo de personas, intentando intuir cómo es un asesino. Recorrió los lugares donde el sicópata Daniel Camargo abandonó a sus víctimas y leyó sobre Luis Alfredo Garabito, un colombiano que mataba a niños.
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El actor mexicano Damián Alcázar, de 51 años, que protagonizó al padre Natalio en el filme El crimen del padre Amaro, buscaba así desmenuzar la mentalidad de un violador para lograr interpretar a uno: Vinicio Cepeda, de la película policial ecuatoriana Crónicas, dirigida por el cineasta Sebastián Cordero y que mañana se estrenará en Quito y Guayaquil.
Pregunta: Usted buscó asesoría en los psicólogos que conocieron los perfiles de los sicópatas El monstruo de los Andes (Pedro Alonso López) y Daniel Camargo. ¿Esto le ayudó a configurar a su personaje?
Respuesta: Sí. Pero más que una asesoría, fue una plática de una hora con cada uno de ellos y descubrí lo que puede desfigurar al hombre al punto de convertirlo en una bestia, en un asesino sin escrúpulos. Descubrí lo inconmensurable que es el espíritu humano.
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P: ¿Es la primera vez que hace un personaje de este tipo?
R: Digamos que intento que todos (los personajes) tengan ese grado de complejidad, de profundidad, pero en este caso como que estaba perfectamente delineado el personaje en el guión.
P: ¿Le costó interpretarlo?
R: Me encantó. Me costó muchísimas horas, casi las veinticuatro de por lo menos tres meses de lecturas, ensayos aproximativos personales. No fue sencillo, pero sí un guión muy rico y formidable escrito por Sebastián Cordero. Fue muy arriesgado.
P: ¿Por qué arriesgado?
R: Porque yo mismo llegué a sorprenderme de las cosas que de repente sentía, que de repente emanaban de mí como Vinicio Cepeda.
P: ¿Se encerraba para encontrar a Vinicio?
R: Sí y cuando llegué a Guayaquil le pedía a mi chofer que me llevara a los lugares donde Camargo había abandonado los cadáveres de sus víctimas. Y me quedaba por allí, hacía trabajo con mi personaje. Con mis líneas.
P: ¿Fue un juego de imaginación?
R: Sí. La imaginación es lo que nutre nuestro trabajo. Es el punto de partida.
P: ¿Qué leyó, por ejemplo, sobre Luis Alfredo Garabito? ¿Qué descubrió en su comportamiento?
R: Él dice que cuando tomaba, le entraba esa bestia e iba en busca de los niños. Compraba cuerdas de plástico, un cuchillo e iba a la cacería de pequeños desprotegidos.
P: ¿Qué hizo, entonces? ¿También compró estos implementos cuando salió a recorrer Guayaquil?
R: Yo compraba, veía a la gente, buscaba aparentemente mi posible víctima. Pero evidentemente no pensaba en los niños como hacía Vinicio, si no que buscaba una persona que me llamara la atención. Caminaba un poco, viéndole, observándole. El juego parece perverso, pero evidentemente era de imaginación y de intuir al personaje en cuestión.
P: ¿Le costaba salir del personaje cada vez que terminaban las filmaciones?
R: Muy pocos momentos me lo quité de encima. Todo lo contrario, intentaba no abandonarle hasta agarrarlo. Cazarlo. Entonces, por ejemplo, para mí era difícil tener reuniones de camaradería con mis compañeros después de las filmaciones para tomarnos unos alcoholitos.
P: ¿Podía dormir?
R: Sentía que no podía abandonar el proyecto que tenía en la cabeza. Descansar sí podía, pero como mi mujer viaja conmigo normalmente, para ella fue el problema porque no estaba yo (risas).
P: Las filmaciones terminaron hace un año. ¿Cómo quedó cuando se liberó del personaje?
R: El día que terminé mi última escena fue reconfortante. Normalmente a uno le quedan rezagos de congoja y tristeza cuando finaliza un proyecto, lo que llaman el posparto. Pero en este caso era una alegría volver a respirar... A sonreír y decirle allí se queda. Adiós.