Porque una vez más el campeón olímpico nos dio una lección: no para mostrarnos esta vez cómo se alcanza un triunfo, sino para enseñarnos cómo se sobrelleva una aparente derrota.

En dos ocasiones, casi al final, pareció que Jefferson abandonaba la carrera.
Agotado hasta el extremo, sometido a la presión de una prueba que no es su especialidad, a nadie le hubiera sorprendido que se retirase. Lo hubiéramos entendido. Pero no lo hizo. De algún lugar recóndito sacó el resto de energías que le quedaban, y las empleó para llegar a la meta. Exhausto, atravesó la línea final en medio del aplauso de un público que no hablaba su idioma pero que entendió su gesto valiente.

Cuando un periodista le pidió que dijese algo, sus palabras salieron entrecortadas. No las recordamos con exactitud, pero sonaron así: “Cada cual debe ponerse su propia meta y hacer todo lo posible por cumplirla”.

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Entendimos entonces que no podríamos hallar un mensaje mejor para este día final de las Olimpiadas, así que dejamos de lado el texto que teníamos preparado y le cedimos el espacio a Jefferson. Si algo le hace falta al Ecuador, es que nos propongamos llegar a las metas que nos hemos fijado. Ganar es una parte del juego, pero no la  más importante. Lo fundamental, lo decisivo, es cumplir.