Cuarenta y cinco obras, que compilan la trayectoria artística del pintor guayaquileño Enrique Tábara, forman la sala autoral del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), dedicada a este maestro de la plástica ecuatoriana. La pieza más antigua es de 1948 y la más reciente, de 1997. La exposición se inaugurará mañana, junto con las exhibiciones ‘Umbrales’ y ‘Poéticas del borde’. El artista empezó dibujando rostros oscuros, entre los cuales halló la geometría que hizo suya. Obras sobre la gente, la materia y la forma, que hizo en 56 años de trabajo, se expondrán en el MAAC.
Ayer, cuando ingresó a la sala autoral del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), de cuyas paredes colgaban 45 cuadros con su firma, el maestro Enrique Tábara se encontró frente a frente con su primer cuadro.
Publicidad
“Bienvenido, maestro”, le dijo una voz femenina. Él respondió con una amplia sonrisa. Cuán distante se ve ahora, según comentó, esa perspectiva suya del Cerro Santa Ana, que pintó en 1948, cuando tenía 18 años.
El MAAC, para su inauguración, que será mañana, ha dedicado la sala autoral a este guayaquileño de 74 años, a quien los trípticos preparados por la institución describen como el ‘maestro del modernismo ecuatoriano’.
Publicidad
Pero él no había visto, hasta ayer, la exposición, que será la número 88 de su vida, y que estará abierta al público desde el sábado próximo. “Está todo tan bonito, tan cuidado”, dijo con espontaneidad. Se paseó por el salón como reconociéndose entre sus diferentes fases creativas y emitió una opinión entre risas: “Esta no es una muestra retrospectiva (...), para que lo sea se necesita un salón más grande”.
Aunque Cerro Santa Ana fue su primera pintura profesional, Tábara dijo que se descubrió como pintor cuando estaba en la escuela. “Gané un concurso y salí en el periódico porque dibujé a un hombre sentado en una hamaca con la cara apoyada en las manos, pálido y con mirada nostálgica”, recordó.
En su etapa inicial, la del realismo social, Tábara empezó haciendo bocetos en papel de las cosas y personas que lo rodeaban, “luego iba a mi estudio y los pasaba a limpio, cosa que sigo haciendo hasta ahora”, explicó.
Sus primeras pinturas, las de inicios de 1950, eran de niños carboneros, de negros, de cholos. Jugaba con las luces y las sombras en los rostros. “En esa época, la pintura ecuatoriana tenía tendencia a ser oscura para resaltar el drama de la pobreza. En Quito se pintaba a los indios, pero noté que nadie retrataba a los personajes de la Costa”, justificó.
Tuvo presente al campo también en esta etapa de su arte. La solterona, el famoso cuadro del Tábara realista, nació de una de sus visitas a una casa campestre en 1951. “Unas hermanas se demoraban mucho en alistarse para salir.
En una ocasión, alguien dejó la puerta entreabierta y vi a esta mujer mayor arreglándose. Se quedó en mi memoria”, relató.
Un vistazo a la primera faceta de la muestra de Tábara es un mosaico de rostros con miradas ambiguas, “con colores chillones, con bocas alegres, porque yo no veía tragedia en Guayaquil. Metía la cara por ciertos saloncitos de ese entonces y me quedaba maravillado”, dijo.
Luego se cansó de las caras y empezó su etapa expresionista que se empieza a ver en La selva, de 1953. Esa pintura, dijo él, “ya tiene matices de insectos y de piernas en figuras que imaginaba”.
Tábara deja de hablar entonces y recuerda que su primera exposición fue de cuadros como estos. “Andábamos mal en casa y esa noche vendí 22 cuadros de los 23 que presenté” –su mirada se pierde un segundo– “mi madre me conseguía los materiales para pintar. Mi madre era la que creía en mi trabajo”, comentó.
Su viaje a España
En 1955, durante el gobierno de Velasco Ibarra, Enrique Tábara viajó a Barcelona, España, gracias a una beca que consiguió a través de Monserrat Maspons de Guzmán. La beca era para tres años, pero él se quedó nueve.
¿Por qué se mimetizó con las propuestas informalistas españolas y no impuso su estilo? “Llevé mi realismo social, pero me di cuenta de que no funcionaba”, respondió.
Entonces llegó la Bienal de Barcelona de 1955. Maravillado, según contó, con el arte de Antoni Tapies, se encontró con pintores que fraguaron junto con él lo que Tábara llama ‘la pintura de la materia’.
Aquella cocina plástica que incluía materiales como cuerdas, yeso y tierra llevó al ecuatoriano a exhibir obras como Telúrico en espacios de élite cultural española. “Quería estar al día de lo que se hacía en pintura”, explica.
Aún en Barcelona, Tábara incluyó figuras geométricas en sus cuadros, separándose de la corriente del informalismo y utilizando una técnica muy propia con tintes de las culturas americanas ancestrales, a la que bautizó como su etapa precolombinista. Destaca Tihauanaco, un óleo cartón/textil de 130 por 162 cm hecho en 1960.
“La simetría precolombina me inspiró. Pegué una tela a una pintura suave y adhesiva que luego la corté con una hoja de afeitar. Pasé un mes cortando la tela”, recordó.
Revisando su obra, Tábara resumió que exploró otro continente y luego volvió a sus raíces para encontrar una alquimia muy suya. En la década de 1970, confesó, “me harté de cortar telas y dejé lo precolombino”, pero en su casa de Quevedo, señaló, colecciona piezas arqueológicas. Tiene casi 3.000 objetos.
Aunque el ecuatoriano se distanció por completo de su influencia española, no siguió los parámetros de la plástica local. En 1968, cuando formó parte del grupo VAN, organizó una antibienal. “En ese entonces fui vanguardista, ahora ya no me interesa serlo”, afirmó.
Las piernas
Su fijación por la forma, que empezó en 1970 y se quedó en él hasta ahora, es la alquimia a la que se refirió. “Viajé a Puerto Rico a una mesa redonda y en vez de ponerme del lado de lo abstracto –lo que yo hacía–, me puse en contra de eso. Quería poner al hombre otra vez en mis cuadros”.
Lo de las piernas y los pies empezó de manera casual: en un hotel de Nueva York dibujó una figura humana. Le gustó pero no le pareció algo nuevo así que rompió el papel. “Las piernas cayeron cerca de las mías y luego las pinté en acuarela”.
Luego de ese episodio estuvo 17 años haciendo piernas y pies. El árbol triste, un óleo de 1987, parece conjugar la etapa de piernas de distintos colores y composiciones de gran sentido del espacio plástico con la naturaleza inventada que lo acompañó en su siguiente motivo: los insectos.
Una tarde de 1993 estaba pintando paisajes y una pequeña colonia de chapuletes rodeó su cabeza. “Cogí a uno vivo, lo dibujé y luego lo solté”. En esta muestra se exhiben dos cuadros de ese tipo. El más reciente de ellos, hecho en 1997.
¿Qué pinta ahora Enrique Tábara? En su casa de Quevedo, la ciudad en la que vive desde hace 25 años, el pintor ha retornado al asunto de las piernas y los pies, según dijo. Entre lo real y lo abstracto se muestra convencido de escoger una perspectiva particular de lo intermedio. “Esta es la etapa de mi obra que más me gusta”, refirió.
NOTAS
Tres exposiciones
Mañana, a las 18h30, se inaugura el MAAC con tres exposiciones simultáneas: Umbrales, Poéticas del borde y la sala autoral de Enrique Tábara. El público podrá ingresar gratuitamente de martes a sábado, de 10h00 a 20h00, y los domingos de 10h00 a 16h00.
Arte contemporáneo
“Hay que estimular a los jóvenes. Todas las propuestas, al principio parecen una locura”, opinó Tábara sobre el arte contemporáneo. El pintor, que ayer estuvo en la rueda de prensa organizada por la inauguración del MAAC, dijo que aspira a crear un museo con la colección que tiene de sus obras.