El fútbol brasileño recordó ayer la conquista del tetracampeonato mundial, en la Copa de Estados Unidos 1994,  protagonizada por una generación que llegó a esa instancia con poco prestigio, aunque empujada por la extraordinaria calidad de la dupla de artilleros Romario-Bebeto.

Una década atrás, en Los Ángeles, el italiano Roberto Baggio desperdiciaba un penalti, mandando la pelota a la tribuna, en la final de la Copa del Mundo, dando inicio de inmediato a una espectacular fiesta en Brasil, que así dejó atrás años de frustraciones y volvió a levantar el trofeo.

Para Brasil, hoy convertido en pentacampeón del orbe tras ganar en el torneo de Corea del Sur y Japón 2002, el camino del tetracampeonato fue sufrido: en esas eliminatorias perdió el primer partido de su historia, al caer como visitante ante Bolivia.

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Brasil llegó al último partido ante el poderoso Uruguay, con la obligación de vencer. Y el entrenador Carlos Alberto Parreira se rindió al clamor popular  y convocó al jugador que todos los brasileños pedían: Romario, el goleador que brillaba en la liga española en el club catalán FC Barcelona.

Romario anotó los dos goles de la victoria brasileña 2-0 sobre la selección Uruguay y llevó sobre sus hombros a la selección auriverde rumbo a la Copa del Mundo.

El seleccionado de Parreira no contaba con gran prestigio. Desde la conquista del tricampeonato mundial en 1970, Brasil había juntado fracasos, incluso con la fantástica escuadra que participó de las Copas del Mundo de  1982 y 1986.

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Diez años después de la conquista, Parreira (nuevamente al frente de la selección auriverde) admitió a la prensa que la presión en ese momento era  enorme. “Iban ya 24 años de angustia. La presión era muy grande”, expresó.

Casi todos los tetracampeones mundiales ya abandonaron las canchas, aunque Romario aún actúa en el Fluminense carioca, y Ronaldo (Real Madrid) es la mayor estrella del fútbol actual.