El renombrado director Lars von Trier, genio creador de Dogme 95 (grupo de cineastas que sostenía en uno de sus principios básicos la necesidad de que el cine se atuviera a filmar exclusivamente de manera realista o más aún, naturalista), se aleja un poco de las rígidas reglas de ese movimiento para entregarnos un interesante experimento fílmico, una atrevida obra maestra que indudablemente muestra interés en extender los límites del medio cinematográfico.

Ambientada en los años treinta, Dogville retrata el calvario de Grace, una bella y enigmática mujer que, huyendo al mismo tiempo del FBI y de una banda de gángsteres, es rescatada por los habitantes de un remoto y mísero pueblo de las montañas rocosas de Estados Unidos llamado Dogville. Allí, sabiendo que necesita su protección, las mujeres la convierten en su criada y los hombres en su deseo consumado a la fuerza, aceptando la elegante y misteriosa dama, con total mansedumbre, la condición de esclava a la que la someten sus “protectores”. Hasta que, a través de un sorprendente giro en la trama, surge algo que cambia por completo las reglas del juego y desencadena la tragedia.

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Pero no hay en la pantalla aldea alguna, ni valle, ni casas, ni calles, ni montañas. Hay tan solo una plataforma vacía, despojada de elementos escenográficos, una gran tarima abstracta en la que se mueven alrededor de una veintena de personajes perseguidos por la cámara inquieta de Lars von Trier. En un solo escenario en que las casas se reducen a una línea pintada en el suelo que delimita unas paredes y unas puertas inexistentes, el director busca la complicidad del espectador, para que con su imaginación construya el entorno en que se mueven los actores. Estéticamente, estamos ante todo un brillante trabajo de luz y sonido, de música y de escenografía minimalista con un claro carácter teatral, pero que no deja de lado unos recursos cinematográficos utilizados con gran oficio. Lo que se desprende de Dogville es una crítica a la humanidad entera, ya que el pueblo es un microcosmos reconocible en cualquier lugar del mundo. Se trata de una aldea mezquina, incapaz de reconocer la belleza y la bondad, cobarde ante lo desconocido, miedoso ante los poderosos y cruel ante los débiles.

En el heterogéneo reparto se encuentran genuinos intérpretes como Lauren Bacall, James Caan, Paul Bettany y, sobre todo, Nicole Kidman, que sigue escapada del negocio del cine de Hollywood y refugiada en el arte del cine; y allí busca una cámara que la trate como una verdadera actriz, ya no como muñeca.

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Así, con Dogville, Kidman apuesta una vez más en su carrera por productos creativamente ambiciosos; y Von Trier comienza una nueva trilogía en la que intenta reflejar su visión de los Estados Unidos (no es la primera vez que su cine ejerce una mirada crítica hacia ese país que nunca ha visitado: Bailarina en la oscuridad constituyó su primera provocación). Y ya ha comenzado la próxima entrega, Manderlay, que tratará sobre una comunidad negra y en la que la puesta en escena y los procedimientos de trabajo serán similares a los de Dogville.

Lars von Trier representa algo más que un director de cine. Supone un ícono cultural, artístico, alguien que se ha impuesto la sagrada misión de sorprender, transgredir y ofrecer cosas imprevisibles aunque esforzadamente geniales en cada nueva propuesta.

Es el cineasta más anhelado por los festivales, el talento excéntrico que otorga esplendor a la competición entre creadores de este arte. Y así sucedió en Cannes el año pasado. Llegó y venció (aunque, irónicamente, no se llevó consigo ningún premio). La ovación que acompañó al final de la proyección de Dogville fue ensordecedora.

Ficha Técnica

Dirección: Lars Von Trier.
Personajes: Nicole Kidman, Harriet Andersson, Lauren Bacall, Jean Marc-Barr y  Paul Bettany.
Género: Drama.
Países: Varios, 2004.
Cines: Cinemark y MAAC Cine.