Efrén Avilés, miembro de la Academia Nacional de Historia, desafía a la versión tradicional del pasado de un país que ‘vive de ritos histriónicos y demagogias’.

Con la misma facilidad con la que inicia una amena conversación con una extraña,  Efrén Avilés Pino desbarata de un soplo el castillo de arena que, para él, son las lecciones de historia ecuatoriana que recibimos en nuestra niñez y juventud.

Dice, enérgico –y lo prueba–, que lo del 10 de agosto de 1809 no fue un grito de independencia; que el imperio inca no era tal, pues 4.500 años después de su aparición, no conocían la rueda.  Que Ecuador jamás fue amazónico. “Un país que vive de mitos y de falsos héroes”, afirma tajante.

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Tal vez por eso, o a pesar de aquello, la Academia Nacional de Historia lo acogió como uno de sus miembros hace una semana.  Quienes propusieron su nombre –varias veces–, se encontraron con obstáculos.  El trabajo que ha realizado Avilés durante 20 años es, como él mismo dice, “conflictivo y controversial”.

“Hacemos héroe a cualquier futbolista, sin mirar su cultura ni su moral, pero a su sepelio van 200.000 personas.  Si fallece un educador sacrificado, van cuatro personas”, comenta Avilés.

Se presenta como historiador más que como escritor.  ¿Su motivo?: él sintió que la historia que le enseñaron fue tergiversada. “Nos hicieron creer que somos un país grande, cuando somos minúsculos.
Es necesario que sepamos esa verdad para crecer”, comenta, y apoya su labor con archivos, documentos, cartas y conversaciones.

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El padre Juan de Velasco fue más escritor que historiador, según Avilés: “Su Historia del Reino de Quito es improbable y poco documentada, pero ese esfuerzo primigenio es notable”.

Este guayaquileño (nació entre las calles Lorenzo de Garaicoa y Nueve de Octubre hace 57 años) se confiesa enemigo de las comparaciones de talentos ecuatorianos con parámetros extranjeros. “Cuenca puede inundar el mundo con letras, Juan Montalvo brilla por sí solo, ¿por qué la Atenas del Ecuador y el Cervantes ecuatoriano?”, cuestiona.

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Sus trece publicaciones son didácticas. Y  es que Efrén Avilés se enamoró tanto de la historia, que quiere que a otros les guste, y ha empezado con sus alumnos de la Universidad Espíritu Santo: “La historia no los va a hacer mejores abogados, mejores arquitectos, o mejores médicos, pero los va a hacer cultos”, agrega.

Estar entre los casi cuarenta miembros de la Academia Nacional de Historia es para Efrén Avilés una cima. Este hombre que ve en Febres-Cordero a un líder y en Velasco Ibarra a un anarquista, fue notificado de su más reciente logro en diciembre pasado.

Pero él decidió incorporarse como el nuevo miembro de la Academia Nacional de Historia, el 28 de mayo pasado, exactamente 60 años después de la caída de Carlos Arroyo del Río, un ex presidente que para muchos fue traidor, y para él, uno de los mejores estadistas de la historia ecuatoriana, esa que él resume como un cuento hermoso, escrito a empellones por varias voces.

Su libro más reciente
‘Carlos Arroyo del río: mártir o traidor’
Así se titula el último libro de Efrén Avilés Pino, publicado con el apoyo de la Universidad Espíritu Santo. A través de la historia, se ha considerado a Carlos Arroyo del Río como el responsable del problema territorial con Perú que terminó con la firma del Protocolo de 1942. Para Avilés fue un hombre que antepuso los intereses nacionales a los políticos y personales. Otros autores, como Víctor Pino Yerovi, le hacen un homenaje al ex presidente con biografías elogiosas. Incluso los adversarios políticos de Arroyo del Río, reivindicaron luego su reputación, como Alfredo Pareja Diezcanseco: “Ni Arroyo del Río ni su canciller, Julio Tobar Donoso, merecen la apasionada e injusta acusación que se les ha hecho”.

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