En 1960, Julio Jimbo confeccionó la imagen que se utiliza en la procesión de Guayaquil.

Hace una semana el pequeño anciano, de pelo cano y escaso en su corona, visitó la iglesia del Cristo del Consuelo de Guayaquil, y se recreó durante varios minutos mirando la escultura que hace 44 años confeccionó en su taller de la ciudad de Cuenca.

Pasó inadvertido. Ni siquiera se atrevió a presentarse ante el sacerdote de la vieja ermita para decirle quién era. Se limitó a confundirse entre las decenas de fieles que acariciaban al Cristo y que entre lágrimas y ruegos elevaban sus plegarias.

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Después de rezar, el artesano Julio César Jimbo Sinchi (73) atravesó silenciosamente el umbral de la iglesia cojeando de su pierna izquierda (cojea desde los 3 años), y partió de regreso a su casa, en Cuenca, para continuar elaborando los nuevos pedidos de obras religiosas talladas en madera.

Jimbo aún conserva el escrito de compromiso que el 1 de enero de 1960 contrajo con los padres claretianos de Guayaquil, para que reprodujera la imagen del Cristo del Consuelo que estaba en otro lugar del mundo.

El convenio fue escrito con tinta azul, en 10 líneas, en un cuaderno de pasta roja tamaño oficio, que el maestro Jimbo conserva como una joya, en un pequeño armario de madera, donde también guarda más de 200 polvorientas cartas con pedidos para copiar otras efigies religiosas que ahora permanecen arriba de los altares de varias iglesias del Ecuador.

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Fue a través de una de esas epístolas que recibió el anticipo de 350 sucres, por la obra que había concretado por un total de 2.500 sucres y que debía entregar sin tardanza a los claretianos el 15 de marzo de 1960.

“Así se lo hacía en aquella época. Por intermedio de cartas o de telegramas”, recuerda el artesano al tiempo que permanece sentado al pie de su viejo escritorio de madera, en el taller de las calles Padre Aguirre y Carlos Crespi, ubicado en el centro histórico de Cuenca, frente a la iglesia María Auxiliadora.

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Con su 73 años a cuestas y pocas arrugas en su rostro mestizo, el maestro escultor nacido en Sinincai, un pueblo situado a 6 kilómetros de Cuenca, cuenta que después de concretar el pedido con los sacerdotes se puso a trabajar en el boceto, ciñéndose siempre al modelo que le habían dejado ellos en una estampa de cartón.

Después consiguió un gran tronco de nogal y con la ayuda de otros dos artesanos, Luis Sinchi y David Quispe, empezó a tallar el cuerpo, el rostro, la ropa y los demás detalles de la imagen. Los ojos los hizo de vidrio fundido y los pintó de blanco y café. Para la corona usó bejuco de rosa que después envejeció con un material especial.

Sobre el cuerpo de la efigie recuerda que agregó yeso y pintura. El pesado madero sobre el que descansa el Cristo crucificado fue hecho de cedro y curado con un químico antipolillas.

Desde los 18 años que se inició en la confección de imágenes religiosas ha cumplido con decenas de pedidos. Actualmente está terminando una escultura de la beata Narcisa de Jesús, por encargo de la Arquidiócesis de Guayaquil.

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Jimbo está casado con Mercedes Tenecela con quien procreó cuatro varones y ocho mujeres. ¡Son una docena, aunque no lo crea. Un milagro!, afirma el fiel devoto del Cristo que esculpió y que ahora es venerado por miles de personas. Esa obra es la que más fama le ha dado, es su favorita, sostiene.