“No sé nada de ellos. Mi madre y mi primo están en Madrid. ¡Dios mío, qué ha pasado!”, decía con desesperación Miriam Ramírez Piguave, quien al enterarse del atentado en Madrid, donde viven sus parientes, acudió ayer a una cabina telefónica.

Desde las 08h00 intentó la llamada, eran las 10h25 y Miriam no tenía noticias de su madre Rosa Piguave y su primo Geovanny Morán, quienes residen en Madrid desde hace dos años. “La desgracia ocurrió justamente a la hora en que ellos salen a tomar el tren para dirigirse a sus trabajos, no sé si estaban allí y no puedo saberlo porque no entran las llamadas”, dijo.

La mujer, quien vive en  La Florida,  señaló que la cabina de ese lugar “estaba repleta y no salían las llamadas”, por lo que acudió a los locales céntricos, donde se encontró con la misma situación.

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Como ella, decenas de hombres y mujeres acudieron a cabinas telefónicas y cibercafés, luego de enterarse del atentado, donde murieron más de 192  personas.

La angustia por saber la suerte de los familiares  fue evidente en las personas que coparon las cabinas telefónicas, donde las comunicaciones se colapsaron por exceso de llamadas a España.

Ricardo Lita, cajero de la cabina telefónica Bellsouth, señaló que desde tempranas horas se registró la presencia de público, pero “a esa hora ya fue difícil la comunicación por la congestión de llamadas”.

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“Está llegando mucha gente, pero no son posibles las comunicaciones porque las centrales de destino están congestionadas”, afirmó.

En el locutorio Antón Communications Center, ubicado en la Av. Nueve de Octubre y Baquerizo Moreno, las doce cabinas recibieron a más de 50 personas en unas dos horas.

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Gloria Marini, gerenta del local, señaló que en menos de dos horas, alrededor de 50 personas fueron atendidas.

Para Julio Álvarez Cruz, de 54 años, la impresión fue mayor porque se enteró que había ocurrido un atentado cuando le informaron que no era posible la llamada por el exceso en el tráfico telefónico a consecuencia de las explosiones en Madrid. Álvarez no pudo comunicarse con su esposa Beatriz Vinueza, de 44 años, y su hija Griselda, de 27, quienes residen en Madrid desde hace dos años.