Aún parece un lugar sin esperanzas, casi igual al que proyecta la película que este fin de semana compite por cuatro Oscares: polvoriento, insufriblemente caluroso, con hileras de chozas de madera carcomida y gallinas escarbando los basurales.
 
Cidade de Deus (Ciudad de Dios) es como muchos de los más de 600 ranchos de Río de Janeiro, cuyas playas deslumbrantes y barrios lujosos contrastan con la miseria que exhiben las barriadas pobres.
 
Nada ha cambiado en este barrio. Francamente, esperaba que después de la película el gobierno lanzase alguna acción para mejorar las condiciones de la gente. Pero nada, nada cambió, dijo con desaliento Alexandre do Rego Lima, presidente de la asociación de vecinos del barrio.
 
Ahora mismo hay más de 3.000 familias viviendo en chozas de escasamente seis metros cuadrados, dijo.   Pero a las autoridades eso no les interesa.
 
Cidade de Deus fue fundada hace 38 años, pero sólo hace pocas semanas llamó la atención con la película del mismo nombre del director Fernando Meirelles, que puede llevarse hasta cuadro estatuillas doradas en la ceremonia marcada para el domingo.
 
Recién fundada en la década de 1960, Cidade de Deus parecía que honraría su nombre ofreciendo oportunidades de trabajo para millares de damnificados por las lluvias que habían arrasado sus viviendas y necesitaban empezar de nuevo.
 
La esperanza no era infundada. Cidade de Deus estaba a sólo cinco kilómetros del barrio rico de Barra, a menudo llamado   el Miami de Rio, que garantizaría trabajo para electricistas, carpinteros, albañiles, planchadoras, cocineras y costureras de Cidade de Deus.
 
Pero Cidade de Deus -cuyos residentes llaman por sus iniciales CDD-, atraía más gente que la que podía absorber. El mercado de trabajo era pequeño para las legiones que llegaban. Los apartamentos construidos para familias de cuatro personas se volvieron hogar de nueve, diez o más. En poco tiempo era una favela más desprovista de los servicios más esenciales.
 
El filme de Meirelles refleja la vida en las favelas con la historia de jóvenes atrapados en un torbellino de violencia y drogas.
 
Muchas de las favelas, que albergan a siquiera un 20 por ciento de los seis millones de habitantes cariocas, están de hecho en manos de los barones de la droga. Los sociólogos dicen que las bandas asumen el dominio de esos lugares merced a la pobreza y falta de educación que convierten a los jóvenes en presa fácil para el tráfico que rinde mucho más que cualquier trabajo decente, algo, por lo demás, difícil de conseguir en la favela.
 
En la noches uno puede ver a jóvenes de apenas 13 o 14 años ofreciendo drogas en las calles, dijo el hermano Ronie Anderson, de la parroquia católica local Padre Eterno.
 
La parroquia, dijo, procura ayudar a mantener a los jóvenes fuera de los circuitos ilegales y tiene una pequeña academia donde voluntarios, sin salario alguno, enseñan música, danza, artes marciales y computación.
 
Pero esto es un grano de arena en un océano de necesidades. Trabajamos al tope de la capacidad, con 120 jóvenes, dijo Anderson.
 
La pobreza del barrio fue agravada por la declinación económica de Río. El estado es quinto en calidad de vida entre las regiones de Brasil. Hace menos de 10 años era el tercero.
 
Hay personas en CDD que creen que la película ha empeorado la discriminación hacia barrios pobres.
 
La gente desconfía de los que vivimos en favelas. Cuando se busca un trabajo y se informa sobre el lugar donde se vive, los candidatos están condenados. Cidade de Deus? No, no hay nada para ofrecerle. Eso es lo que hemos conseguido al cabo de tantos años, dijo Enair Martines Goncalves, otra líder de la comunidad.   La película nos estigmatizó más.
 
La película volvió más activo el local de Enisia Melo, que alquila cintas de vídeo. Sus tres cintas VHS y dos DVD del filme han estado alquilados diariamente desde que las nominaciones para el Oscar fueron anunciadas en enero. Cada copia es alquilada por cuatro reales ($1,37) por día.
 
Los clientes deben reservar la película por lo menos con un día de antecedencia si quieren alquilarla, dijo.
 
Los vídeos suplen la falta de salas de cine en el lugar. Con una población de 120.000 habitantes, CDD no las tiene, así como tampoco alguna escuela, técnica o un hospital.
 
Alexandre do Rego Lima, el líder comunitario, dice que vio la película en vídeo y responsabilizó de la violencia que proyecta en la falta de acción del gobierno para combatirla efectivamente.
 
El problema de las drogas resulta de falta de inversiones en los jóvenes, dijo.   Sin educación, sin progreso, tienden a volcarse al delito. La película ofrece...una visión de violencia en el barrio, pero nada ha sido hecho para combatirla de un modo eficaz.
 
Los políticos vienen con sus promesas sólo en tiempo de elecciones. Luego no hacen nada y se olvidan de la comunidad, dijo do Rego Lima.
 
En Cidade de Deus la gente tiende a hablar más de sus temores sobre la estación de lluvias que los relacionados con la violencia de las drogas. A Carlos Costa, funcionario de   Viva Río, la mayor organización no gubernamental de la ciudad, le parece natural.
 
Prefieren subrayar lo que es importante para ellos. Las drogas, después de todo, corren libremente también en barrios ricos como Ipanema, Copacabana, Leblon y Barra, dijo.
 
Los residentes del barrio temen que si llueve mucho durante la estación los ríos cercanos pueden repetirse la desgracia de hace ocho años cuando 38 personas, según sus cuentas, murieron ahogadas. Muchos dicen que vieron yacarés y víboras surgir de las aguas turbias y amenazar chozas desprotegidas.
 
Puede decirlo, tranquilamente. Aún más. Diga que se han visto también escorpiones y cucarachas a montones, dijo Manoel de Paula, uno de los fundadores del lugar.
 
Neildes Baiana jura que vio un yacaré y algunas serpientes rondar su choza después de un temporal y que tuvo que llamar a vecinos para espantar a los reptiles. Pero ese es un problema menor para ella: hace poco fue embestida por un carro, tuvo el brazo derecho roto y lleva meses sin trabajar en labores de casa.
 
Mi sueño es volver a trabajar, juntar algo de dinero e irme de aquí, dijo.