A la entrada de la Capilla del Hombre, José Saramago, que asistió en la tarde a la clausura del encuentro ‘Pablo Neruda, por una cultura de paz’, firmó una fotografía que le mostró una joven.

“Usted dijo que no firmaría libros, pero una foto no es lo mismo que un libro”, dijo la muchacha. “Claro, no es lo mismo”, comentó el escritor, mientras estampaba su rúbrica.

La Capilla, en contraste con lo que sucedió en la mañana, estaba llena. El ex presidente Rodrigo Borja dio a conocer su ponencia, pero antes, Pedro Saad, el moderador, leyó un texto de Federico Mayor Zaragoza, ausente. Cuando le tocó presentar al Premio Nobel dijo: “Yo no sé cómo se presenta a José Saramago. Quizá así no más: José Saramago”.

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El auditorio irrumpió en aplausos y el escritor, de pie frente al micrófono, inició su intervención: “¿Qué es la guerra? En una definición corriente, es un conflicto armado entre dos países. Eso nos permite pensar que en América Latina no hay guerra”.

Enseguida repuso: “Pero la paz no es la ausencia de guerra. Puede que en un estado no haya guerra –argumentó– pero que ese estado reprima, por ejemplo, las manifestaciones de los indígenas, un sector de la población que –indicó– él apoya con todas las ganas de su corazón y su conciencia”.

Hay que respetar a los ciudadanos, expresó, porque la libertad no la tiene solo la policía para lanzar gases, sino el pueblo para decir que es pueblo. Esta declaración fue largamente aplaudida. Añadió que América Latina se está moviendo en el sentido más profundo de su sentido histórico.

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Citó la emergencia de los pueblos indígenas, desde el norte hasta el sur, que han sufrido 500 años de “genocidio lento”. Refirió que el poder concibe que si ellos se acaban se tiene el problema latinoamericano resuelto. “El indígena está diciendo yo quiero hablar”, anotó.

Dijo que hay temor en las clases pudientes. “La palabra de los indígenas les asusta”, sentenció.

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Resaltó que la presencia de los indígenas en la sociedad podría cambiar la posición estrecha que “los señores de los gobiernos tienen de los destinos de América”.

Aseveró que quizá ningún indígena se sometería a los intereses del gran vecino del norte, como lo han hecho los que han sido poder en América Latina. No es que sean una especie de Mesías, explicó, pero todo el mundo tiene derecho a que su palabra sea escuchada y sea visible.

“Si Latinoamérica se decide a recibir a sus indígenas, a los que yo llamo los dueños de la tierra, y si se les restituye ese título que les han robado, esto podrá cambiar”, finalizó.