Los escritores Gabriel García Márquez, de Colombia y Carlos Fuentes,  de México,  evocaron el domingo último, en Guadalajara, su estrecha amistad con Julio Cortázar, su desproporcionada figura y sus misteriosos ojos de becerro.

Para ambos fue un ser sobrenatural que nunca dejó de crecer y ninguno de los dos se refiere a él como un muerto sino como un ser de 90 años que sigue moviendo con sus libros y su desaforado paso por el mundo la literatura latinoamericana.

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García Márquez y Fuentes participaron en  Guadalajara en   un coloquio en homenaje a los veinte años del fallecimiento del autor de Rayuela,  junto con   José Saramago y Tomás Eloy Martínez.

García Márquez recordó que ya había leído Bestiario, el primer libro de cuentos de Cortázar cuando alguien le dijo en París que él escribía en el café Old Navy y allí lo esperó varias semanas hasta que lo vio entrar “como una aparición”.  “Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, tan oblicuos y diáfanos que hubieran podido ser los del diablo si no hubiesen estado sometidos al dominio del corazón”, expresó.

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“En las muchas veces que nos vimos años después, lo único que había cambiado de él era la barba densa, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con que había nacido”, agregó.

“Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que causó su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios”, manifestó.

“Más aún siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente”. Fuentes llevó al auditorio el momento en que se enteró por los periódicos de la muerte de Cortázar, “la increíble congoja, la pesadumbre” que sintió y dijo que lo primero que se le ocurrió fue tomar el teléfono y llamar a García Márquez.

“Lo llamé por un sentido de fraternidad y nunca olvidaré su respuesta que fue: Carlos, no creas todo lo que leas en los periódicos”, puntualizó. También recordó cuando en una tarde de 1961 tocó, tímidamente, a la puerta de la casa de Cortázar en París, para conocerlo.