En medio de la multitud y queriendo encontrar una mejor visibilidad del escenario, una joven exclamó entre risas: “Todos los que no estamos en el concierto de Arjona nos encontramos aquí”. Su frase no significó un consuelo, sino un reconocimiento al show que fue gratuito. Cerca de ella estaban tres hombres, que luego de salir de su trabajo, se limitaron a cantar los temas más sonados de su merenguera favorita, Olga Tañón, pues no llevaron pareja para bailar.

Sola, con enamorado, con esposo, en familia o entre amigos y vestida con ropa liviana, la gente halló la forma de disfrutar el show. Los que no soportaron los apretujones y empujones prefirieron irse. Así como hubo gente que se iba, otra llegaba. Unos llevaron sillas plásticas para subirse en ellas, otros se treparon en motos, bicicletas o camionetas.

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El acto lo resguardaron la Policía Nacional, la Comisión de Tránsito y la Defensa Civil. Esta última reportó dos personas desmayadas por asfixia. Un camión de leche sirvió como puesto de cervezas. Se expendió agua, cola, pizza, café, llapingacho y otros comestibles. Algunos vendedores deambularon para negociar su mercancía. Otros acomodaron mesas y sillas entre la gente.

Las pantallas gigantes colocadas en varios puntos del concierto mostraban imágenes movidas, por lo que el público obvió verlas. El manager de Tañón, Ramón Muñiz, agredió a un camarógrafo de Ecuavisa, y lo obligó a que le entregara el casete que contenía las imágenes del show. Una de las cláusulas del contrato especificaba que solo se podía filmar parte del concierto, según dijo Miguel Orellana, organizador del festival.