El estudioso francés Jean-François Champollion, que dominaba una docena de lenguas y había aprendido chino “para distraerse”, hizo público el 14 de septiembre de 1822 que había descifrado la antigua escritura jeroglífica egipcia, gracias a las inscripciones de la Piedra Rosetta, un pedazo de basalto negro hallado en la ciudad de igual nombre y que permanece en el Museo Británico.