El cineasta Woody Allen, escondido tras sus inseparables gafas de pasta negra y aferrado a su clarinete, encandiló este sábado a las 1.800 personas que abarrotaban el Auditorio de Barcelona, en el noreste de España.
 
Acompañado por su New Orleans Jazz Band, Allen salió por un lateral del escenario, vestido sobriamente con camisa y pantalones claros y mirando al público, entre asustado y complacido.
 
La primera canción del concierto fue "Only you", en la que Allen tocó su primer solo de la noche, muy aplaudido por el público.
 
Tras la segunda canción, en la que todos los músicos tocaron un solo a modo de presentación, el cineasta se dirigió al público para decir que "ya habíamos tocado una vez aquí y fue una gran experiencia, ahora hemos podido volver y vamos a tocar canciones de Nueva Orleans, del viejo Nueva Orleans. Esperamos que os guste, relajaos y disfrutad".
 
En el escenario, una gran tarima sobre la que se encontraban el batería Rob García, y el bajista Conal Fowlkes, sentados al borde de la tarima Woody Allen, el director musical y banjo, Eddie Davis, el trompetista Simon Wettenhall y el trombonista Jerry Zigmont. En un lateral del escenario, una elegante Cynthia Sayer al piano.
 
Davis cantó varios temas en solitario, mientras, cuando no tocaba, Woody Allen seguía la melodía con los labios y con un movimiento de pierna.
 
Tanto Wettenhall como Zigmont utilizaron todo tipo de sordinas -pieza metálica que se pone en la trompeta y el trombón- para conseguir los sonidos más característicos de Nueva Orleans.
 
Hay algo curioso en el jazz nada pretencioso que toca Allen, y es que evoca continuamente a sus películas y al talante cómico y disparatado de sus personajes, y por un momento, mientras sopla el clarinete con dedicación, parece como si quisiera trasladar a los asistentes al mundo neoyorquino de su filmografía.
 
Un jazz clásico, casi ancestral -el banjo es un instrumento casi desterrado del jazz actual-, nacido en la cuenca del Mississipi y en una ciudad, Nueva Orleans, a la que rinde homenaje, y no por casualidad, con el nombre de la banda.
 
Haciendo justicia a la afirmación hecha en rueda de prensa por el director de que "nuestro repertorio surge de forma espontánea", Allen y su banda de amigos -llevan juntos desde hace 30 años-, tocaron esta noche con naturalidad, como si, en vez de estar ante una multitud entregada, estuvieran en su pequeño y acogedor Carlyle Café neoyorquino (el lugar donde actúan cada lunes).
 
Y es que, a pesar de que su técnica no alcanza para estar entre los mejores -hecho reconocido por él mismo-, su presencia sí le convierte en una estrella, en el clarinetista más famoso del mundo, o si no, cómo se explica tanta expectación y tanto griterío con sólo asomar sus gafas y su instrumento al escenario.